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En el atrio charlaban grupos de mujeres con niños de pecho raquíticos, que gritaban de frío, sin inquietar por eso a sus madres. Un automóvil de librea, llegando como exhalación, paraba sin ruido frente a la iglesia. Damas abrigadas con pieles que les ocultaban el rosado rostro, bajaban difundiendo un aire de elegancia y de riqueza. Pasaban por en medio del pobrerío.

El monarca que al estampar la huella en el solio causa una especie de frenesí de júbilo en su corte; que al año siguiente de su entrada en Córdoba en medio de entusiastas aclamaciones pudo decir con orgullo á sus enemigos «la gracia del sultan hace llover beneficios sobre las casas de los buenos vasallos, pero su cólera es capaz de coronar ochocientas almenas de sus murallas con ochocientas cabezas de rebeldes ; finalmente, ese rey tan halagado de la suerte en las batallas, que difundiendo el terror del nombre agareno por los estados de D. Ordoño lleva sus armas victoriosas hasta las orillas del Garona , no es mucho que embriagado por el incienso de las lisonjas, sea ciego como su padre á los patentes avisos del cielo.

Donde quiera caseríos ó pequeñas localidades, casas de campo, cortijos y sementeras muy diversas; el Escalda y el Lys, que tienen su confluencia de un lado de la ciudad, surcan perezosamente las llanuras, difundiendo en todas partes, con sus aguas hábilmente aprovechadas, la vida y la riqueza, ora alimentando los canales de irrigacion y los de activa navegacion, ora facilitando los trabajos de innumerables fábricas, manufacturas, ingenios y molinos.

Los criados, y muy particularmente Genoveva, hacían coro también a estas alabanzas difundiendo por la villa la fama de sus virtudes y formando en torno suyo una aureola de respeto y santidad.

Una torpeza creciente se fué difundiendo por sus músculos y sus nervios, paralizando toda acción. Pensó que tal vez había serpientes bajo los matorrales y que acababa de recibir su mordedura venenosa. Fué á mover el otro brazo, y, en el momento que intentaba levantarlo del suelo, recibió una segunda picadura, igualmente paralizante. Ya no hay remedio se dijo . Me han mordido las víboras.

Cuando renacía la vegetación, cuando brotaban las hierbas y las flores, cuando las selvas se cubrían de pompa y de verdura, cuando subía la savia por los troncos, era cuando la madre desconsolada enjugaba sus lágrimas y desechaba el traje de luto, porque la hija, hundida en las entrañas lóbregas de la tierra, surgía fecunda, hermosa y resplandeciente de inmortales fulgores; porque Cora, fugitiva del tenebroso amante que la había tenido aprisionada en sus brazos, aparecía de nuevo a bañarse en las ondas de luz del sol enamorado, quien, por contemplarla y besarla, se detenía más tiempo sobre nuestro horizonte, e iba difundiendo por más horas y con mayor tino y eficacia, en este hemisferio boreal, la lluvia dorada de sus rayos ardientes.

Habia en el centro del salon una doble barrera, y en tanto que al lado exterior se agitaba el enjambre de embusteros, jugadores y especuladores, haciendo propuestas, difundiendo noticias contradictorias y remolineando en un hormigueo interminable, dentro del gran círculo estaban los agiotistas de primer órden, sosteniendo con admirable aplomo una telegrafía mímica que representaba el juego monetario, y en el círculo mas reducido se agitaban los agentes de cambio ó corredores, haciendo las muecas mas extrañas los unos, los otros gritando como energúmenos para anunciar cada propuesta ó pedido de fondos y cada puja, y otro en fin, impasible como el sacerdote del culto monetario, alzaba el brazo de tiempo en tiempo para marcar en un tablero el movimiento de alza y baja, en cifras convencionales que son como la teología del dinero.

Y las tumbas sonríen en esta Naturaleza esplendorosa, difundiendo, al entreabrirse bajo la acción del calor, un ligero vaho de sebo, un tufillo de estearina líquida. Busca el coronel entre ellas, leyendo los nombres. Aquí, marqués. Señala una losa con una simple inscripción: «Mary LewisLo mismo que un pájaro, Alteza. Un amanecer la encontraron muertecita en su cama del hospital.

Allí comparecían de costumbre hechiceras que tenían pacto con el demonio y guisaban en sus nocturnos aquelarres toda suerte de daños contra las gentes; judaizantes, que asesinaban niños cristianos para embeber en su sangre una hostia consagrada y celebrar con ella nefandas ceremonias; luteranos, que buscaban demoler la santa Iglesia de Cristo difundiendo por España la peste de la herejía; alevosos moriscos, que seguían predicando las bellaquerías de su secta y el deber de la rebelión y la venganza.

Esos mismos prófugos, que sin dejar huella, mudos e inactivos, hubieran acabado en el viejo imperio de Bizancio por disiparse como sombras y por hundirse en el olvido, arrojados de su patria y en el nuevo suelo que les daba hospitalidad, habían cobrado inesperada energía, y, difundiendo su saber, cumplían alta misión civilizadora y dejaban en pos de ellos un imperecedero y luminoso rastro.