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¡Calla, Gabriel! dijo el campanero con dureza . Si te dejo, hablarás hasta el amanecer.

Estando un caballerito En la isla de León, se enamoró de una dama y ella le correspondió. Que con el aretín, que con el aretón. Señor, quédese una noche, quédese una noche o dos, que mi marido está fuera por esos montes de Dios. Que con el aretín, que con el aretón. Estándola enamorando, el marido que llegó: Ábreme la puerta, cielo, ábreme la puerta, sol. Que con el aretín, que con el aretón.

Por la espalda y en la cintura, un lazo negro muy pronunciado servía para abultar lo que entonces quería la voluble diosa que abultase. Echaba la señorita los codos atrás con objeto de destacar el busto, actitud que escrupulosamente copiaba la segunda de Sobrado, Clara. Lola, que iba en medio, era la única a poner el cuerpo como Dios se lo dio.

Y mientras iba hacia el escritorio donde le aguardaban para las cuentas, pensaba en el vehemente Dupont, en su fervor religioso, que parecía endurecerle las entrañas. Y, realmente, no es malo murmuraba. Malo, no. Fermín recordaba la largueza caprichosa y desordenada con que algunas veces socorría a las gentes en desgracia.

Este es un anillo que debió pertenecer á Sila, continuó Simoun. Era un anillo ancho, de oro macizo, con un sello. Con él había firmado las sentencias de muerte durante su dictadura, dijo Cpn. Basilio pálido de emocion. Y trató de examinarlo y decifrar el sello, pero por más que hizo y le dió vueltas, como no entendía de paleografía, nada pudo leer.

El médico, una vez satisfecha su curiosidad, miraba á los obreros negros y recocidos por aquella temperatura de infierno, atolondrados por el ruido ensordecedor, sudando copiosamente, teniendo que remover pesadísimas masas en una atmósfera que apenas permitía la respiración. Aresti comprendía ahora la injusticia con que había censurado muchas veces el alcoholismo de aquellas pobres gentes.

Había por entonces en Madrid un señorito rico, aunque no tanto como Pepe, que rivalizaba con él en aquella estúpida vida de ostentación y vanagloria: me había requebrado con frecuencia, estaba segura de que en cuanto yo quisiera, por gusto de humillar a mi amante le tendría a mis pies.

La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban, se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida. Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico.

Cuando en época de cosecha contemplaba el tío Barret los cuadros de distinto cultivo en que estaban divididas sus tierras, no podía contener un sentimiento de orgullo, y mirando los altos trigos, las coles con su cogollo de rizada blonda, los melones asomando el verde lomo á flor de tierra ó los pimientos y tomates medio ocultos por el follaje, alababa la bondad de sus campos y los esfuerzos de todos sus antecesores al trabajarlos mejor que los demás de la huerta.

Leonor Cortés, mujer de José Martí de Francisco, alias bruy, negociante de oficio; de edad de sesenta y dos años, natural y vecina de esta Ciudad, reconciliada y presa segunda vez por judaizante relapsa; murió en las cárceles, salió al Auto en estátua con insignias de relajada; leída su sentencia con méritos, fue condenada su memoria y fama y relajada a la Justicia seglar, con sus huesos, que salieron también al Auto y confiscación de bienes por hereje, apóstata, judaizante, relapsa, convicta y confesa.