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Tengo una soberbia trompa guerrera, una lira y una corona de laurel esmeradamente fabricadas: la trompa es de un metal, que solo VULCANO conoce, más precioso que el oro y la plata; la lira, como la de APOLO, es de oro y nacar, labrada también por el mismo VULCANO, pero sus cuerdas, obra de las Musas, no conocen rivales, y la corona, tejida por las Gracias, del mejor laurel que crece en mis jardines inmortales, brilla más que todas las de los reyes de la Tierra.

Sea de esto lo que se quiera, lo que nos importa añadir aquí es que el aspecto, ademán y entono de donna Olimpia estaban llenos de reposada majestad. De sus años no sabemos qué decir. Como las deidades mitológicas, como los seres inmortales, su edad era problemática; era casi un misterio. Se diría, no obstante, que aquel astro culminaba entonces en el meridiano de su belleza y de su gloria.

Una criatura tan noble y tan atractiva como ella, debía inspirar, así como sentir, la más profunda, ardiente y duradera de las pasiones: era digna de ocupar un lugar entre los amantes inmortales a quienes la historia y la leyenda han consagrado sus páginas imperecederas.

Por sus venas azules corre la etérea y purísima sangre de nuestros antiquísimos richis, héroes y monarcas, celebrados en leyendas divinas y en inmortales epopeyas.

Yo así lo espero de la rectitud del gran pueblo de los Estados Unidos, donde si hay ambiciosos imperialistas, tambien existen honrados círculos defensores de las humanitarias doctrinas de los inmortales Monroe, Franklin y Washington, salvo que la raza de virtuosos ciudadanos, gloriosos fundadores de la actual grandeza de la República norte-americana, haya decrecido tánto, que su legítima y benéfica influencia esté supeditada por la poderosa ambición de los expansionistas; en cuyo desgraciado y último caso ¿no es más dulce morir que nacer esclava?

Luego, una idea iba esparciendo por su pensamiento cierta frescura bienhechora. ¡Si hubiesen hombres inmortales!... Entonces que resultaría horrible la desesperación, al pensar que el muerto podía haberse librado de la muerte manteniéndose lejos del peligro. Pero nadie era inmortal. Morir bajo el proyectil ó bajo el microbio, era morir lo mismo.

En España, afortunadamente, apenas si existe la crítica, y el autor de novelas goza de aquella paz profunda, de aquella amable serenidad de que gozaron en las primeras edades del mundo Valmiky y Homero para escribir sus inmortales poemas. Esta contradicción me atormenta sobremanera, porque me hace dudar de mismo.

He cumplido ya tus mandatos, soberano Padre; NEPTUNO y su corte no pueden venir, pues temen perder el imperio de los mares, á causa del actual arrojo de los hombres; VULCANO aún no ha terminado los rayos que le encargaste para armar al Olimpo y los está concluyendo; en cuanto á Pluton ... ¡Basta! Tampoco los necesito. HEBE, y , GANÍMEDES, repartid el néctar para que beban los inmortales.

Tuve que prometer dedicarle unos, y ella me aseguró noblemente que los guardaría siempre al lado de los inmortales de Pepe Ruiz. La verdad es que me caía muy en gracia aquella chiquilla, con su entonación protectora y su modo de hablar breve e imperioso. Parecía cansada de la vida y muy experimentada en todos sus casos y circunstancias.

Aunque colocada y movida con suprema elegancia esta Venus, no es una diosa, sino una bellísima mortal. Emilio Michel dice de ella que «no tiene nada común con la divinidad clásica a que nos han acostumbrado las obras de los maestros italianos» . Quien así representaba a los dioses inmortales no había de tratar con mayor consideración a los filósofos que dudaban de ellos.