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1 Entonces Ben-adad rey de Siria juntó a todo su ejército, y con él treinta y dos reyes, con caballos y carros: y subió, y puso cerco a Samaria, y la combatió. 2 Y envió mensajeros a la ciudad a Acab rey de Israel, diciendo: 3 Así ha dicho Ben-adad: Tu plata y tu oro es mío, y tus mujeres y tus hijos hermosos son míos.

A una divinidad que nada concede, le es dado creer en la sinceridad de los que la rezan; pero un dios que pagara con oro las oraciones, ¿cómo estaría cierto del amor que le ofrecieran? ¡Qué sutilezas y qué modo de entender las cosas! Entonces, según Vd., la mujer rica no puede hallar sino marido rico. Pues no es así. Todos los días se casan ricas con pobres.

El sol iba ocultándose lento y majestuoso en un abismo de oro, entre montañas de brillantes nubes, a través de las cuales pasaban las últimas ráfagas que subían divergentes a perderse en los espacios, o bajaban a iluminar con misteriosa claridad purpúrea las solitarias dehesas, los gramales de las laderas, los plantíos de caña sacarina, los carrizales cenicientos del río, las arboledas que dividen las heredades, y el tupido bosque de una aldea cercana, cuyo campanil recién enjalbegado surgía de la espesura como un pilar ruinoso.

Llegado ante la puerta, advirtió en el suelo la mascarilla negra de Gonzalo; cogiéndola con presteza se la puso en el rostro. Golpeó tres veces y luego otras dos con los nudillos. El paño de la capa desprendía afeminado perfume. Su espíritu comenzó a divagar. Vio y dejó de ver varias veces una almohada de Aixa engalanada con hilo de oro y piedras preciosas.

33 Entrando él [entonces], cerró la puerta sobre ambos, y oró al SE

18 Porque Hiram le había enviado navíos por mano de sus siervos, y marineros diestros en el mar, los cuales habían ido con los siervos de Salomón a Ofir, y habían tomado de allá cuatrocientos cincuenta talentos de oro, y los trajeron al rey Salomón.

En el corral sólo se veían hombres vestidos de seda y bordados, jinetes amarillos con grandes castoreños, alguaciles a caballo, y los mozos de servicio con sus trajes de oro y azul.

El general don León Bravo de la Brecha y Pérez Esforzado, décimo cuarto conde de la Algarada de Lucena, primer marqués de Durobando, noble hasta la médula de los huesos, senador por derecho propio, modelo de caballeros, carácter de acero y corazón de oro, feo de rostro y hermosísimo de alma, era hombre que haciéndose querer inspiraba respeto, mas en tal grado religioso, autoritario y linajudo, en una palabra, tan montado a la antigua que parecía la viva encarnación de todos aquellos ideales que cumplida su misión en la vida, van quedando honrosamente almacenados en la historia por la inflexible mano del tiempo.

Pueblos y reyes, todos deliraban por obtenerlo. Ya no era posible equilibrar los gastos con los ingresos. Moneda falsa ó de baja ley, crueles pleitos y guerras atroces, todo se ensayaba, mas el oro no venía. Los alquimistas prometían hacerlo, pronto, muy pronto, pero era preciso esperar.

En un principio le decía en voz baja tenía de tiempo en tiempo como el presentimiento de que vos podríais tomar la forma de mi oro; porque adondequiera que volviera la cabeza me parecía ver mi tesoro, y pensaba que me sentiría feliz si pudiera tocarlo y convencerme de que había vuelto. Pero esto no duró.