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La terrible nueva comenzaba a circular por la plaza. ¡Gallardo había muerto!... Unos dudaban de la veracidad de la noticia, otros dábanla por cierta; pero ninguno se movía del asiento. Iban a soltar el tercer toro. Aún estaba la corrida en su primera mitad, y no era cosa de renunciar a ella. Por la puerta del redondel llegaba el rumor de la muchedumbre y el sonido de la música.

Felizmente, Diana, viva y cordial, hizo desaparecer pronto la turbación que se había producido entre ellos. Ciertamente, más que nunca; ¿lo dudaban ustedes? Marca treinta grados sobre cero. María Teresa, no; ella no dudaba; pero yo, ¡dudaba! ¡Diana! exclamó María Teresa, realmente ofendida por la ligereza de su prima. Y bien, ¿no es verdad, acaso?

En las estaciones de alguna importancia, todas las vías estaban ocupadas por rosarios de vagones. Las máquinas, á gran presión, silbaban, impacientes de partir. Los grupos de soldados dudaban ante los diversos trenes, equivocándose, descendiendo de unos coches para instalarse en otros.

77. Que á unos y otros, esto es, Santafecinos y Correntinos, se les habian disparado los caballos, y se les habian perdido por los inmensos campos: que por todas partes, y especialmente en Buenos Aires, cada dia se morian y perecian á centenares; y por esta razon algunos dudaban del eficaz progreso del ejército. No obstante, aunque es cierto que la Corte no dudaba de la iniquidad, y que tambien trabajaba en la disolucion ò nulidad de los pactos, no obstante, como no enviasen algun cierto y deliberado decreto sobre se habia de suspender ó continuar la guerra, los Ministros de ambas Cortes que estan aquì, mueven con mayor actividad las cosas de la guerra: y como los españoles, con dificultad, y casi violentados, eran llevados

Entre los Filósofos antiguos hubo algunos que dixeron que el entendimiento humano no alcanza verdad alguna, y que en todas las cosas no ve mas que apariencias, y sombras, por donde dudaban de todo y no se daban por seguros de nada.

Cuando el muchacho encontraba acomodo, el padre se despedía de él con un par de besos y cuatro lagrimones, y en seguida iba a por el macho para volver a casa, prometiendo escribir pasados unos meses; pero si en todas las tiendas recibían una negativa y era desechada la oferta del criadico, entonces se realizaba la leyenda inhumana, de cuya veracidad dudaban muchos.

Los trabajadores carlistas dudaban; tenía entre ellos amigos el Magistral, pero si le respetaban por sacerdote, le temían por rico... y sospechaban algo. De lo que no hablaba la multitud era del asunto de las faldas. Allá cuando la Revolución, se había dicho si tenía o no tenía don Fermín aventuras en los barrios bajos; pero ya nadie se acordaba por allí de tales cuentos.

Se miraban con asombro los oyentes, cual si les deslumbrasen estas palabras. Dudaban un momento, como asustados, y después la fe del creyente iluminaba sus rostros... ¡Es verdad! decía el campanero con voz sombría.

Todos los vecinos de Entralgo estaban inquietos, sacudían la cabeza con tristeza vaticinando una catástrofe. Porque todos conocían el carácter violento, arrebatado del capitán. No dudaban que, exasperado como estaba, pudiera cometer una acción que ocasionase su ruina. La Providencia no quiso que un tan bravo caballero fuese á morir en una cárcel.

Una noche la infeliz esposa se encontraba ya recogida en su lecho, cuando la despertó don Fernando pidiéndole el anillo nupcial. Era éste un brillante de crecidísimo valor. Evangelina se sobresaltó; pero su marido calmó su zozobra, diciéndola que trataba sólo de satisfacer la curiosidad de unos amigos que dudaban del mérito de la preciosa alhaja.