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Yo así lo espero de la rectitud del gran pueblo de los Estados Unidos, donde si hay ambiciosos imperialistas, tambien existen honrados círculos defensores de las humanitarias doctrinas de los inmortales Monroe, Franklin y Washington, salvo que la raza de virtuosos ciudadanos, gloriosos fundadores de la actual grandeza de la República norte-americana, haya decrecido tánto, que su legítima y benéfica influencia esté supeditada por la poderosa ambición de los expansionistas; en cuyo desgraciado y último caso ¿no es más dulce morir que nacer esclava?

«Esos cíclopes...», dice Groussac; «esos feroces calibanes...», escribe Peladan. ¿Tuvo razón el raro Sar al llamar así a estos hombres de la América del Norte? Calibán reina en la isla de Manhattan, en San Francisco, en Boston, en Washington, en todo el país.

Arrancan de la tierra, rodeados de palacios, sus cuatro pies de hierro: se juntan en arco, y van ya casi unidos hasta el segundo estrado de la torre, alto como la pirámide de Cheops: de allí fina como un encaje, valiente como un héroe, delgada como una flecha, sube más arriba que el monumento de Washington, que era la altura mayor entre las obras humanas, y se hunde, donde no alcanzan los ojos, en lo azul, con la campanilla, como la cabeza de los montes, coronado de nubes.

Pero si España hubiese contado con amistades y alianzas y no hubiese estado tan sola, no hubiera tenido que aguardar hasta el último extremo; hubiera inspirado más respeto en Washington, y no hubiera tenido que ceder á tantas humillantes é injustas reclamaciones y que pagar tanta indemnización con longanimidad lastimosa y que sufrir con paciencia tanto vejamen y tantos vituperios de senadores y diputados yankees.

Tal era la situacion de Venezuela al perderse en la inmensidad de los tiempos el siglo último, siglo que, al engendrar un Napoleon y un Washington, hizo participe de una chispa de su génio revolucionario al hombre que mas tarde habia de merecer el glorioso nombre de Libertador de su pais, y cuyos altos hechos vendrian á inmortalizar el cincel, el bronce y la pluma.

Memorias de un Gobernador, por Wáshington Irving; un tomo, una peseta. Leyendas extraordinarias, por E. Poe y Wáshington Irving un tomo, una peseta. El Tesoro escondido y Los Pigmeos, por Natanael Hawthorne; un tomo, una peseta. El Vellocino de Oro, por Natanael Hawthorne; un tomo, una peseta. La segunda parte de Ivanhoe, por W. M. Thackeray; un tomo, una peseta.

Yo mismo, queridos amigos, quisiera saber si ustedes, por ser más viejos en la tierra yanqui, están enterados de á qué personaje hay que dirigirse en Wáshington para dicho asunto. ¡Me gustaría tanto estar enterado!... Pero ¿callan ustedes?... ¿No saben qué decir?... Sigamos con nuestro general.

Encuéntranse los siguientes edificios de importancia: la gran catedral, en la plaza de Armas, La Moneda, residencia presidencial que corresponde a la Casa Blanca de Wáshington el congreso, el palacio de justicia, el museo de historia natural, el de bellas artes, la biblioteca nacional, la universidad y el teatro municipal.

Creo que el Gobierno no debe siquiera pedir por la vía diplomática satisfacción al gobierno de Washington por las groseras injurias y calumnias que han lanzado contra España varios senadores desde el Capitolio de Washington.

Son conocidas las dificultades suscitadas por los Estados Unidos a la empresa del Canal de Panamá, los ardientes debates a que esta cuestión dio origen en el Congreso de Wáshington y la idea, un momento acariciada, de proteger con todo el poder de la gran nación, el proyecto rival de practicar el canal interoceánico a través de Nicaragua.