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Volvió a ponerse pálido el padre Ambrosio como cuando le dije que la amaba. Si usted pide a Amparo su mano me dijo gravemente se casará con usted: si usted la abre sus brazos, se arrojará en ellos... pero ¿olvida usted que ella ama?... ¿Que ella al ser de usted apurará un sacrificio mortal? ¿No ha comprendido usted a Amparo?

Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida.

Era harto incisivo y mordaz Su Excelencia; y por eso sus flagelantes alusiones al enemigo mortal fueron recibidas con coros de carcajadas y con tempestades de aplausos. Pero estaba allí el general Ponce de Lerma, conde de Peñas Pardas, y no podía dejar sin réplica las declaraciones del ministro, aunque con las salvedades a que le obligaban el motivo y la ocasión del acto de Su Excelencia.

Entonces fue cuando el padre Atanasio pintó ante los ojos de su alma y con colores muy vivos, el peligro espantoso de caer en pecado mortal a que él y María Antonia Fernández se exponían, y le prohibió resuelta y terminantemente que volviese a visitarla y a tratar con ella.

Tal vez columbramos la eternidad inmutable; pero al menos en esta vida mortal no acertamos a comprenderla.

Corrí también allá, y entonces un casco de metralla me hirió en el hombro, lo que me asustó en extremo, creyendo que mi herida era mortal y que iba a exhalar el último suspiro. Mi turbación no me impidió entrar en la cámara, donde por la mucha sangre que brotaba de mi herida me debilité, quedando por un momento desvanecido.

Recordaba que su frente había buscado con mortal pereza un apoyo en el hombro de Pep; que las fuerzas le iban abandonando, como si la vida se escapase con el chorreo caliente y viscoso que cosquilleaba a lo largo de su pecho y su espalda. Recordaba también que tras sus pasos sonaban gemidos sordos, palabras entrecortadas implorando el auxilio de todos los poderes celestiales.

Inclina mústio la frente sobre el pecho, y su semblante se cubre de una palidez mortal: su pié vacila, acuden los suyos á sostenerle, todos le preguntan, y á nadie responde. ¡Ah! el Dios de quien acaba de blasfemar ha anudado su lengua, y el ángel esterminador ha estendido sobre él sus alas invisibles . El rey altivo que habia subido á los altos miradores á gozarse en la ejecucion de su bárbaro decreto desafiando la cólera del cielo, baja á su lecho de muerte convertido en insensible tronco en brazos de sus esclavos.

Mario la besó con el mismo tierno respeto que Peleo besaría la de Tetis, su inmortal querida. Pero acabado de hacerlo, casi en el mismo instante pareció el mozo con una fuente entre las manos, y Carlota reveló su condición mortal ruborizándose hasta las orejas.

Un día se le apareció la Virgen María y "cogiéndole de la mano le dijo que tan tiernamente le amaba, que si fuera mortal esta Señora Divina no podría vivir sino en su presencia, y que hubiera muerto a la violencia del grande amor que le tenía *