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Lesperut creia á no dudar que en aquel instante le acompañaba la administradora de correos, á quien ama con gran ternura, y no habia motivo para desencantarle de aquella ilusion virtuosa.

Florentina, a pesar de no ser sabihonda, algo creyó entender de lo que en su original estilo había dicho Golfín. También ella iba a hacer sus observaciones sobre aquel tema; pero en el mismo instante despertó la Nela. Sus ojos se revolvieron temerosos observando toda la estancia, después se fijaron alternativamente en las dos personas que la contemplaban.

Ambas mujeres se miraron un instante y luego se confundieron en un estrecho abrazo, con un sentimiento de bienestar indefinible. ¡Nos hemos salvado! murmuró Catalina. Y las dos comenzaron a llorar. Te has portado admirablemente decía la anciana ; es magnífico, es valiente lo que has hecho. Juan Claudio, Gaspar y yo podemos estar orgullosos de ti.

Al remover los pedruscos se encontraron varios cadáveres: hombres desfigurados, con las piernas rotas y el cráneo aplastado; un pinche casi intacto, con la cara sonriente, conservando aún en su mano un tanque de agua. Eran los que se hallaban fuera del socavón en el instante del desprendimiento.

Al cabo éste se detuvo un instante y le preguntó con voz alterada. ¿Cómo se llama V.? Juan. ¿Juan qué? Juan Martínez. Su padre de V. Manuel, ¿verdad? músico mayor del tercero de artillería ¿no es cierto? , señor.

La niña estaba alegre, satisfecha: Miguel la sacaba a bailar con más frecuencia que a las otras: luego procuraba colocarse a su lado para tenerla cogida de la mano, que se complacía en apretar suavemente y acariciar. Después de bailar uno frente a otro, los jóvenes tenían la costumbre de abrazarse un instante al concluir.

El gran disco que transmitía a la bomba la fuerza del viento, estaba aquel día muy perezoso, moviéndose tan sólo a ratos con indolente majestad; y el aparato, después de gemir un instante como si trabajara de mala gana, quedaba inactivo en medio del silencio del campo. Ganas tenían las dos recogidas de seguir charlando; pero la monja no las dejaba y quiso ver cómo aclaraban la ropa.

Se entrega el documento original a los peritos calígrafos y químicos, y al instante la falsedad salta a la vista. Hecha con precipitación, es mucho más grosera que la de la copia.

Tengo yo uno; no necesitas comprarlo repuso la joven tornando a salir de la estancia y entrando otra vez al instante con un cordoncito azul. Y sin más dilación tomó el crucifijo de manos de Miguel, sacó el cordón viejo, metió el nuevo y dijo con naturalidad: ¿Quieres que te lo cuelgue? Bueno contestó Miguel poniéndose otra vez colorado.

El corazón no me cabía en el pecho: yo quería llorar... lloré mucho y las lágrimas cegaron por un instante mis ojos.