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Alquilaron un buen cuarto en la calle Mayor, cerca de la de Ramales, donde sus padres habitaban. Vivieron con desahogo, hasta con lujo; pero sin despilfarro. El ingenioso Sánchez y D.ª Carolina andaban un poco apurados de dinero por los gastos del primero en publicaciones, instrumentos científicos, excursiones, etc, etc. Carlota los protegía. Pero a Mario le parecía siempre poco lo que les daba.

¿Y no han dicho los niños si habían visto cerca de él a alguna persona? , señorita; detrás de él dijeron que iba un hombre cojo con americana clara y sombrero ancho. ¿No han dado ustedes ese detalle a los guardas? , señorita. Carlota meditó un instante en silencio. Y el hombre ese ¿no se había acercado antes al niño? No lo hemos visto, ni los demás niños tampoco.

Mario y Carlota se hallaban tan admirados, que apenas podían creer lo que oían. Todavía estaba D.ª Fredes loando la obediencia de Adolfo cuando vinieron a avisar que eran las cinco y los actores se hallaban preparados.

Pero al llegar de nuevo a la de Rivera se encontró con una esquela de Carlota. «A las cinco espérame en la plaza de la Independencia, esquina a la calle de Alfonso XII.» Y una hora antes de la convenida ya estaba nuestro joven en espera con la impaciencia de un galán primerizo.

La reina envió por él para verlo y quiso que se le hiciese otro igual. No fue posible. Ninguna bordadora de Madrid osó comprometerse a ello. Las palabras de D.ª Fredes produjeron, como siempre, un efecto inmenso en la tertulia. Mario y Carlota estaban asombrados de todo aquello.

Carlota la contemplaba con sonrisa benévola y le decía por lo bajo: ¡Calma, niña, calma! ¡, , calma!... ¡Que te pasase a ti lo que a me está pasando! exclamaba con coraje, esforzándose en apagar la voz. Buenas noches, Carlotita dijo en aquel momento Timoteo, tratando de dar a su voz gangosa acento picaresco. No se las he dado antes porque la veía a usted muy entretenida.

De todos modos, le agradezco en el alma que haya contado conmigo... Demasiado que es pura galantería, pero lo agradezco... Vamos ahora a lo más principal, mejor dicho, a lo único principal que hay en este negocio. ¿Quién se lo dice a Sánchez? ¿Quién le pone el cascabel al gato? Mamaíta, díselo manifestó Carlota, cuyas mejillas no habían perdido su vivo color rojo.

Margarita, Federica Brion, Carlota, Lilí, Olimpia, eran mujeres muy bonitas, pero absolutamente incapaces de molestar con su charla desde las plateas del teatro Real a los abonados de las butacas, los cuales, si no oyen la ópera en paz, en cambio tienen el honor de ser molestados por alguna dama ilustre, descendiente de los guerreros de la reconquista.

Razón tenía usted en decir que me iba a dar un susto. ¡Ave María Purísima! ¡Quién había de pensar!... Y por algunos momentos no dejó de hacerse cruces y proferir exclamaciones. Repuesta al fin un poco, llamó a Carlota. ¡Niña, no seas ridícula, ven aquí! Y en voz baja añadió: ¡Pobrecilla! La ha puesto usted en un apuro. Vino Carlota hecha una rosa de Alejandría por lo roja y por lo hermosa.

Después de dar algunos pasos por el corredor, todavía se volvió para mirar otra vez por el ventanillo. Le costaba trabajo arrancarse de aquel sitio donde la compasión le tenía clavado. Cuando salieron no hallaron a la puerta a Carlota y Presentación. El cochero les dijo que las dos señoras se habían ido llorando por el camino de la derecha. No estarían lejos.