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Ustedes son jóvenes y se quieren... ¿Qué tiene de particular que se hablen por la reja?... Lo único que me traspasa el corasón es que mi hijita del alma no haya tenido confiansa en para desírmelo... ¿A quién mejor que a su mamaíta puede ella abrir el pecho? ¿Quién deseará su felisidá como yo?

Don Eugenio García, una tortada... no estaba mal; la otra era de «las magistradas»; y los demás pasteles no llevaban señales de procedencia; pero doña Manuela adivinaba que eran de Juanito, aquel hijo que la obsequiaba con tanto cariño como fuese su novia. ¿Y Juanito, dónde está mamaíta? En la tienda; pero vendrá antes de las doce. Rafael también ha salido.

Sin vacilar dirigió sus pasos al altar mayor, diciendo por el camino: «Si no te voy a hacer mal ninguno, Diosecito mío; si voy a llevarte con tu mamá que está ahí fuera llorando por ti y esperando a que yo te saque... ¿Pero qué?... no quieres ir con tu mamaíta... Mira que te está esperando... tan guapetona, tan maja, con aquel manto todito lleno de estrellas y los pies encima del biricornio de la luna... Verás, verás, qué bien te saco yo, monín... Si te quiero mucho; ¿pero no me conoces?... Soy Mauricia la Dura, soy tu amiguita».

De todos modos, le agradezco en el alma que haya contado conmigo... Demasiado que es pura galantería, pero lo agradezco... Vamos ahora a lo más principal, mejor dicho, a lo único principal que hay en este negocio. ¿Quién se lo dice a Sánchez? ¿Quién le pone el cascabel al gato? Mamaíta, díselo manifestó Carlota, cuyas mejillas no habían perdido su vivo color rojo.

Estoy segura de que me lo ha robadoEl niño comprendía vagamente el peligro de su mamaíta, aun cuando no tuviese ninguna noción de la muerte. Veía llorar a todo el mundo y él también lloraba lanzando grandes gritos. Se vio entonces cuán querida era la joven por todos los que le rodeaban.

Acercose a doña Gertrudis y le dijo al oído: Mamá, me duele muchísimo la cabeza. ¡Ay, hija de mi alma, te compadezco! A se me está partiendo también de dolor. Quisiera irme a acostar. Pues ve, hija mía, ve; yo diré que te has sentido un poco indispuesta. Adiós, mamaíta. Que pases buena noche.

La joven le miró largo rato y sintió el corazón emocionado. No qué proceso se desarrolló en el fondo de su pensamiento, pero, después de un esfuerzo invisible, le dijo a media voz: ¡Hijo mío! La viuda la abrazó agradecida. Marqués, ahí tienes a tu mamaíta. ¡Mamá! repitió el niño sonriendo. ¿Quieres que sea tu mamá? preguntó Germana. respondió. Pobre pequeño, no será por mucho tiempo, ¡no!

Carlos besaba el rizo de oro igual a los suyos, y contemplaba gravemente las facciones finas y delicadas de la que él llamaba su «mamaíta» con un dejo de protección varonil que se desarrollaba con la edad, como si adivinase en ella un ser débil y tímido a quien consolar y defender.