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Rafaela, aunque aparentó sentir, no sintió demasiado, por lo que ya queda dicho, la partida de Pedro Lobo. Quien la sintió con todo su corazón, y la lamentó y la lloró, fue D. Joaquín, que era muy tierno, pudiendo asegurarse que poseía el don de lágrimas.

Un poco más de brusquedad en su gesto y un acento más vibrante en la voz eran los únicos síntomas perceptibles que delataban un estremecimiento interno, si realmente se agitaba su corazón, que mucho lo dudo. Cuanto a , le escuchaba con real y profunda angustia.

¡Que he amargado yo...! ¡que puedo yo amargar vuestra vida! ¡oh! ¡no me lo digáis, no! ¡eso me desesperaría! ¡eso no puede ser! ¡eso no es! Yo no podía comprender... no, no podía comprender que de repente, á primera vista, pudiese el corazón interesarse de tal modo... ¡Ah! decidme... me interesa conocer vuestro corazón. ¿Vais á ser franco y leal conmigo? Os lo prometo.

Y despues de todo esto nos viene DOLEO con Microcosmetor, Cardimelech, Gasteranax, y Bitnimalca, repitiéndolos á cada linea, y no significan otra cosa que el celebro, corazon, estómago, y útero, ó los espíritus especiales de estas partes y que sirven para sus funciones.

La criatura apretaba con toda su fuerza la boca, suspendía el aliento, se ponía lívida, y algunas veces caía privada de sentido. Aquel tierno corazón se rompía falto de desahogo. En estos momentos Amalia experimentaba una sensación diabólica, mezcla de placer y de dolor, algo semejante a lo que sentimos cuando nos sajan una postema.

Pero, al entrar en Salzburgo yo no qué presentimiento espantoso... mi corazón se ha oprimido, mi mirada se ha oscurecido y el sentimiento de la vida me ha abandonado. Aquí acaba el diario de Carlos Munster.

¡Oh, ya lo sabía!... eres muy bueno... y bastante piadoso... no eres como otros padres ciegos que prefieren entregar sus hijas a los peligros del mundo a dejarlas para siempre esclavas de Señor, recogidas en una santa casa... Gracias, papá, gracias... Yo temía, la verdad, temía que no te pareciese bien mi resolución... Pero Dios te ha tocado en el corazón... Ahora te dejo... me está esperando Marta... Adiós, papá... déjame darte un beso... Adiós.

No pudo distinguir bien la figura del desconocido, que abrió y cerró la puerta con extraordinaria precipitación; pero le pareció que aquel hombre era don Juan. «¡Dios mío!», murmuró la enamorada muchacha; y dándole un vuelco el corazón, quedó parada, sintiendo que comenzaban a temblarle las piernas.

La reconoció por su estatura, por sus cabellos; de otro modo en nada se parecía aquella arrogante dama á la aldeana de Canzana. Pero la vió volver la cabeza á uno y otro lado hasta que le divisó, y su corazón experimentó un consuelo indecible. Su tía era más baja. Detrás de ellas marchaba un criado que se retiró en cuanto llamaron á la puerta y les abrieron. Una hora de espera.

Ya no escuchaba el piano de sus hermanas como quien oye llover; ahora la música le arañaba en lo más hondo del pecho, y algunas veces hasta le saltaban las lágrimas cuando Amparito se arrancaba con alguna romanza italiana de esas que meten el corazón, en un puño.