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Nunca fue Miranda un militar afortunado; debilitadas sus facultades por los años, amargado por rencillas internas, su papel como general en esta lucha es deplorable, y vencido, abandonado, cae prisionero de los españoles, que lo encierran en Puerto Cabello, de donde se le saca para ser trasladado a España, entregado por Bolívar.

Ella os da en su hermosura, más de lo que puede soñar el enamorado más loco; en su amor un cielo; yo os doy mi alma dolorida y triste, mi pobre alma desterrada y sedienta; os amo con toda esa alma desventurada, y sólo tengo ojos y corazón y oídos para vos. ¿Qué más queréis? ¡Yo no os conocía! vos habéis amargado mi felicidad.

Los pintores vencidos en aquel certamen fueron Caxés, Nardi y Vicencio Carducho, quien debió de quedar amargado para mucho tiempo, pues seis años más tarde al publicar su libro aún atacaba encubiertamente a Velázquez.

Ella acudía a todos, y teníamos un amparo.... ¿Pero ahora, qué será de nosotros?... Hemos amargado sus últimos momentos con nuestras disputas. ¡Somos como fieras! Lo hicimos de obligados. Si no lo hacemos, los otros bandidos nos dejan sin una hilacha. Pero es triste. Si, lo es. Por un momento los tres hermanos quedan silenciosos.

¡Que he amargado yo...! ¡que puedo yo amargar vuestra vida! ¡oh! ¡no me lo digáis, no! ¡eso me desesperaría! ¡eso no puede ser! ¡eso no es! Yo no podía comprender... no, no podía comprender que de repente, á primera vista, pudiese el corazón interesarse de tal modo... ¡Ah! decidme... me interesa conocer vuestro corazón. ¿Vais á ser franco y leal conmigo? Os lo prometo.

Ella había sufrido íntimamente al ver que la pureza de las intenciones no bastaba, pero no había expresado su propio dolor, cierta de haber contraído un compromiso ante Dios hasta la muerte, y confiada en hacerle reconocer tarde o temprano, aun siendo el hombre que era, la santidad del deber. ¡Cuánto debía haberla amargado el desengaño al descubrir la inutilidad de su entrega!

Y sustituía la bandera de la protesta con otra argentina, que era la más abundante, la que adornaba los cubiertos de todas las personas de problemática nacionalidad. El hombre acababa por conformarse, vencido tal vez por el perfume de la sopa que humeaba en los platos, pero atacaba su comida con un mohín de pena, como un señor a quien le han amargado la noche.

Y el anciano torna a mover la cabeza y exclama: La agonía de la muerte... Y sus palabras, lentas, tristes, en este pueblo sin agua, sin árboles, con las puertas y las ventanas cerradas, ruinoso, vetusto, parecen una sentencia irremediable. He visitado la casa en que, viejo, perseguido, amargado, expiró Quevedo.

¡Ah, ya me lo esperaba!... Por lo menos ese tiene suerte... murmuré, ya amargado del todo. ¿Por qué? me preguntó. Sin responderle, me encogí violentamente de hombros y miré a otro lado. Ella siguió mi vista. Pasó un momento. ¿Por qué? insistió, con esa obstinación pesada y distraída de las mujeres, cuando comienzan a hallarse perfectamente a gusto con un hombre.

Hacía casi veinticuatro horas que estaba sonando para él la trompeta del juicio final. Su hermano muerto, su corazón amargado; su cocina, que constituía para él la mitad de su alma, abandonada. Y además de esto, metido en enredos trascendentales, de los cuales no sabía cómo salir; amenazado casi con la Inquisición... La cabeza de Francisco Martínez Montiño era un hervidero.