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Pero como había oído al joven quejarse con amargura de que su mujer no lo hiciese, temía dejarla en peor lugar, ofreciéndose a desempeñar esta tarea. ¿Qué quieres que te lea? Con tal que no sea una de esas novelas terroríficas que le encantan a mi mujer, cualquier cosa. Bueno; te leeré el Año Cristiano. ¡No tanto! exclamó él riendo.

No quise levantar la vista del suelo, porque temía desfallecer; mas el silencio pavoroso y extraordinario que observé en torno mío, incitome a alzar los ojos. ¡Qué sorpresa y qué ventura! La calle estaba desierta. Fuera del cortejo que me rodeaba, ni una sola figura humana veíase cerca ni lejos.

Y si este derecho no les pertenece, ¿quién puede impedirles que lo ejerzan?... El joven había vuelto confiadamente los ojos al Cielo, al Cielo que en otra ocasión había encontrado vacío, desierto, impenetrable: ella también lo miraba así. Y no sabía ya lo que en él podía ver, o lo que es peor, temía saber demasiado. ¡Florencia se había dado la muerte! ¡No había tenido miedo del juicio de Dios!

Temía las visitas de éstos, y aun a los más íntimos les daba cita en el salón del Ateneo llamado de la «Cacharrería». Feli, por su parte, también experimentaba los beneficiosos efectos de la nueva existencia. Mostrábase alegre; sólo de tarde en tarde pasaba una nube por sus ojos, acordándose del Mosco. ¡Qué haría su padre en la casucha de las Carolinas! ¡Qué diría de ella!...

La sonrisa de su padre al hablar con los extraños, tratando asuntos de la calle, era de una tristeza profunda y disimulada; se conocía que no esperaba nada de puertas afuera; no creía en los amigos; temía la maldad, muy generalizada; hablaba mucho a los hijos mayores de la necesidad de pertrecharse contra los amaños del mundo, un enemigo indudablemente.

Bonis, con la espalda abierta, como él decía, temía a todas horas que llegase el momento de una explicación; pero Emma nunca volvía sobre el asunto de los polvos de arroz. Tampoco aludía jamás a lo que aquella noche extraña había sucedido, ni había vuelto a tener iniciativas de aquel género.

Hace una hora que lo he sabido por el señor Leighton, que ha estado aquí. ¡Ah, mi pobre padre querido! suspiró, y las palabras se anudaban en su garganta al correrle las lágrimas. ¿Para qué iría a Manchester? Sus enemigos han triunfado, como yo lo temía desde hace tiempo. Sin embargo, él no pensaba mal de nadie, ni creía en la perversidad de ningún hombre, pues tenía un corazón muy generoso.

Faltaron otras dos amigas de la abuela, que estaban resfriadas. Por disposición de la abuela, que temía las ocurrencias de Francisca y, un poco, las mías, toda la juventud ocupaba el «rincón de las malas cabezasLas personas serias rodeaban a la abuela. Como yo estaba un poco silenciosa, contra mi costumbre, Petra me interpeló de repente: Pero di algo, Magdalena; estás en las nubes.

Pero la aurora trajo nuevas esperanzas y la joven no quiso bajar de casa, ni irse á la iglesia. Temía ceder. Y así pasaron algunos días: orando y maldiciendo, invocando á Dios y deseando la muerte.

Además, temía que le faltase el tiempo para saborear los grandes cambios realizados en su propiedad. Me quedan pocos años decía , y no puedo malgastarlos vagando por Europa, cuando tantas cosas debo hacer aquí. Celinda me dará muchos nietos, y no quiero que sean unos pobretones.