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Como no había más que dos sillas, Rafaela tuvo que sentarse en el baúl y el grande hombre no comprendido quedose en pie; mas luego tomó una cesta vacía que allí estaba, la puso boca abajo y acomodó su respetable persona en ella. ix

Luego, volviéndose a su marido: Pantaleón, nos iremos cuando lo ordenes. Bien, pues vámonos ya respondió el venerable jefe de la familia levantándose de la silla. Los demás le imitaron. La señá Rafaela y Romadonga manifestaron que también se iban. Mario no se atrevió a acompañarlos, aunque bastantes ganas se le pasaron.

Así el imperio que sobre él había adquirido se hizo más firme y más completo. No se vaya a creer que presentamos aquí a Rafaela como un pozo de sabiduría. Su educación había sido descuidadísima, o mejor dicho, Rafaela no había recibido ninguna educación; pero naturalmente era muy lista. En sus ratos de ocio, había aprendido a leer y a escribir, aunque escribía sin reglas y apenas leía de corrido.

Por naturaleza Rafaela es leal, sincera y agradecida. Ni quiere mentir ni pagar los beneficios con ofensas. El afecto y la gratitud que muestra al Sr. de Figueredo, no pueden ser más verdaderos. Están además sancionados y como santificados por las creencias religiosas. Rafaela es católica ferviente.

Y a lo que parece, no sólo discurre Rafaela con este padre sobre los casos de moral y de conducta que en la vida práctica se presentan, sino que también se eleva a disquisiciones metafísicas sobre lo divino y lo eterno, pensando y hablando del cielo, de Dios, y del origen y fin de las cosas creadas con notable acierto, elevación y ortodoxia.

Mejor será que tiente usted al diablo, tía bruja. ¡Arre, fuera de aquí; móntese usted en el escobón y transponga al aquelarre! No es para tanto furor. Yo te lo proponía por tu bien y sin interés alguno. De desagradecidos está el infierno lleno. Rafaela se fue a la cocina refunfuñando. Juana volvió poco después de casa del cacique.

Pues bien manifestó Mario con creciente agitación, le confieso que yo vengo también pensando en lo mismo hace largo rato. Pero al mismo tiempo me parece tan absurdo, tan insensato, que procuro desecharlo de la cabeza como una tentación. D.ª Rafaela es una excelente amiga, una mujer buenísima... El delegado, sin abandonar su actitud reflexiva, alzó los hombros con desdén. ¡Ps!

Quiso éste acompañarla hasta su casa: la prendera no lo consintió. Pero cuando se estaban despidiendo cruzó como un huracán a su lado don Laureano Romadonga. ¿Qué le pasa a ese hombre? preguntó la seña Rafaela. No ; va muy pálido. Nunca le he visto de ese modo.

Supuesto lo que antecede, murmuraban unos y celebraban otros que, avergonzada Rafaela de no tener en su casa ni leche de vacas ni butiro fresco, había inducido a D. Joaquín a fundar una buena casa de vacas en la chácara de Petrópolis, donde había ricos y abundantes pastos: un capim exquisito.

Se supuso que un egregio personaje, sin par en todo el imperio por su elevación, en noches en que Rafaela no recibía a sus tertulianos por tener jaqueca, penetraba en la casa de ella y permanecía allí no pocas horas. Hasta llegó a contarse una muy curiosa particularidad, que prueba cómo el vulgo lo atisba, lo huele y lo descubre todo.