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Solo puede dejarte mi cariño Esta guirnalda que á tu frente ciño Adornada con flores de amistad; Flores del alma que brotaron bellas Al calor de esos ojos que destellas Iluminando el alma en su mirar. ¡Adios!

Por esta vez y en premio a su cordura, habrá extraordinario. No nos despidamos así... Como en la escena. Bese usted. Y puso su mano al nivel de la boca del joven. Rafael la agarró ávidamente y besó, besó, hasta que Leonora, desasiéndose con un brusco movimiento que demostraba su extraordinario vigor, le amenazó con su mano. ¡Ah, tunante!... ¡Bebé travieso! ¡Qué manera de abusar! ¡Adiós! ¡adiós!

Dimos un adiós á aquella mansión, grabando antes en ella los nombres de los Sres. Montano y Rey cuyos nombres quedaron unidos á los nuestros en aquel inmenso sarcófago. Al poner el pié en la escala rozó nuestra cabeza una golondrina; alzamos la vista y vimos colgaba su nido en uno de los ángulos de la piedra.

Vibrante y limpia nota seré para tu oído; Aroma, luz, colores, rumor, canto, gemido, constante repitiendo la esencia de mi fe. ¡Mi patria idolatrada, dolor de mis dolores, querida Filipinas, oye el postrer adiós! Ahí te lo dejo todo: mis padres, mis amores; voy a do no hay esclavos, verdugos ni opresores; donde la fe no mata, ¡donde el que reina es Dios!

Desasiose de ella con suavidad, como don Florambel se apartaba de la encantadora princesa Graselinda, y comenzó a bajar despacio la escalera, repitiendo dulcemente: Adiós, rica; vendré, vendré, y seremos buenos amigos.

La cara de la luna es de cuidado todas las noches. O yo no una palabra de las cosas del cielo, o esta luna anuncia grandes revoluciones, hambres, pestes, sangre... Adiós, gran Zaratustá dijo Maltrana. Podía seguir filosofando, rodeado de sus perros, mientras contemplaba la villa ingrata que no reconocía su saber.

Los tres bajaron conmigo hasta la corralada, desde cuya puerta les di el último adiós, con los ojos y el pensamiento fijos en Lituca, cuya expresión de pena bien sentida le agradecí en el alma.

»Adiós, querida hermana. Felicidades. »JuanAl escribir esta carta se veía que Machín habla arrugado el papel y lo había mojado con sus lágrimas. Machín, nuestro enemigo, se convertía en nuestro protector y nuestro pariente. HABLA EL M

Adiós, señor cura, mañana pasaré á verle en su rectoral. Adiós, D. Primitivo. Adiós, señor Rodríguez, que no deje usted de visitarnos con frecuencia. Adiós, D. Juan. Adiós, D. Marcelino. Octavio se había quitado un guante apresuradamente, y al dar la mano á la señora de la casa le dijo en voz baja: ¡Qué felices son algunos claveles, condesa! Todos partieron.

Navarro se acercó a ellos, les habló en la lengua; fuese animando poco a poco; dos gruesas lágrimas corrieron de sus ojos, y los indios clavaron con muestras de angustia sus lanzones en el suelo. Todavía después de emprendida la marcha, volvieron sus caballos y dieron vuelta en torno de ellas, ¡como si les dijesen un eterno adiós!