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Respecto a las mujeres, ¡ay!... son ahora y siempre ese eterno femenino de los teatros de provincias, presuntuoso, amanerado, ficticio... A pesar de todo, entre estas damas hay dos que me interesan; dos judías de Milianah, jovencitas, que pisan la escena por primera vez... Los padres están en la sala y parecen encantados.

Sobre todo, nada tenía de ofensivo para su autoridad el solicitarlo humildemente. Si lo negaba, se alegarían razones; tal vez se llegase a convencerle.

Pasó todo el día sin que don Paco volviese y sin que se averiguase dónde estaba, y creció el asombro. Nadie acertaba a explicar la causa de aquella desaparición. Mucho tiempo hacía que por aquella comarca, merced al bienestar y prosperidad que reinaban y a la benemérita Guardia Civil, no se hablaba de bandidos y secuestradores. ¿Dónde, pues, estaba metido don Paco?

El ha de ser mi esposo, y justos y honestos impedimentos han estorbado que aún hasta ahora no nos habemos dado las manos. Si dineros fueren menester para alcanzar perdón de la parte, todo nuestro aduar se venderá en pública almoneda, y se dará aún más de lo que pidieren.

Mal; porque si se va a decir verdad, yo soy pobrecillo: yo era escribiente en una mala administración; me echaron por holgazán, y me quiero meter cómico, porque se me figura a mi que es oficio en que no hay nada que hacer... Y tiene usted razón. Todo lo hace el apunte, y... por consiguiente, no conozco esos señores usos de sociedad que usted dice, ni nunca traté ninguno de ellos.

Vestidos que acongojan, capas patibularias, figuras extrañas y repelentes por su conjunto; y todo eso ¡cosa singular! contrastando con el tipo de una raza distinguida, inteligente, honrada y de índole dulce, en cuyo seno abundan las bellas fisonomías y las organizaciones robustas.

Una tarde calurosa de fines de abril fuese a dar una vuelta por el camino exterior que corre al pie de los muros. Dejó la ciudad, como de costumbre, por la puerta de Antonio Vela. No había llovido en todo el mes. El valle, con sus panes demasiado mohínos, mostraba, allá abajo, un aspecto sediento y polvoroso.

Dió un paso sobre el cuerpo tendido, buscando la puerta. ¿Por qué continuaba allí?... Todo lo que debía hacer ya estaba hecho, todo lo que podían decirse ya estaba dicho. ¡No te vayas, Ulises! suspiró una voz doliente . ¡Óyeme!... Se trata de tu vida.

Cuando los dos estuvieran listos, él daría la voz de «¡Fuego!», añadiendo: «¡Uno... dos... tres!». En el espacio comprendido entre estos tres números debían disparar. El que hiciese fuego antes o después, «quedaría descalificado... sería un felón, un miserable... y el menosprecio de todo el mundo que tiene honor caería sobre él, persiguiéndolo durante toda su existencia. ¡Terrible Maltrana!

Además, con la manía que ya usted me conoce de tomarlo todo en serio, las considero como un matrimonio tan caro como los legales, que satisfacen menos aunque suelen ser más felices y a veces más difíciles de romper: lo que prueba una vez más hasta qué punto somos los hombres aficionados a los vínculos viciosos.