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Pensando que María Teresa estaba demasiado ocupada para fijarse en él, no trataba de disimular la turbación que le agitaba. Fácil era notar todos los sentimientos que pasaban bajo aquella máscara de un ser apasionado y simple, asolado por un amor contra el que su voluntad nada podía.

Apoyó la punta del estoque entre los dos cuernos, mientras con la otra mano agitaba la muleta, para que la bestia, atraída por el trapo, humillase la cabeza hasta el suelo. Apretó la espada, y el toro, al sentirse herido, agitó el testuz, repeliendo el arma. ¡Una! gritó la muchedumbre con burlesca unanimidad.

Pero la mujer parecía no oírle y continuó fijando en él sus ojos inmóviles, mientras la cara del niño una cara de muerto se agitaba con el temblor de un llanto sin lágrimas y sin ruido.... Y la difunta le acompañó otra vez hasta su cama, manteniéndose inmóvil junto á ella, y desapareciendo únicamente con las primeras luces del amanecer. Este encuentro se fué repitiendo varias noches.

El viento que la rauda marcha del tren agitaba, zumbando en sus oídos, parecía decirle: ¡solo!, ¡solo! El traqueteo áspero de las ruedas y maquinaria despertaba con violencia a la naturaleza de su letargo, causándole quizá una sensación de dolor como la que le causaba a él su pensamiento al cruzar por el cerebro.

Y las lágrimas del buen caballero se filtraban por el tejido del damasco y su atlética figura se agitaba convulsivamente a impulsos de los gemidos. Después sintió una gran curiosidad, una de esas terribles curiosidades que suelen fascinar en tales momentos y dejar señal indeleble en la memoria del que las ha satisfecho.

Creyó así notar que el suelo oscilante se volvía negro y se agitaba vertiginosamente. Otra vez subió a su memoria el recuerdo de la corrección, y en su pensamiento se fijó como una suprema angustia, la posibilidad de que eso negro que invadía el suelo...

Se movía, se agitaba dando órdenes a sus compañeros de trabajo; iba del templo a lo alto de las Claverías, donde se guardaba el Monumento, y al verse cubierto de polvo, con los miembros fatigados por este incesante ir y venir, se hacía la ilusión de que estaba sano. En estas dos semanas no entró en la casa del zapatero y casi perdió de vista a sus contertulios.

La sola suposición de que su mujer viniese a no amarle, a odiarle o a despreciarle..., agitaba los nervios del infeliz. Se sentía convulso, como si el cielo fuese a caérsele encima, y sólo se serenaba, sólo pasaba aquella tempestad de su alma, cuando acudían las lágrimas a sus ojos y desahogaba con ellas el sentimiento del corazón.

De cuando en cuando, una especie de estremecimiento agitaba todo el convoy; veíase entonces algunos heridos que se incorporaban un poco lanzando prolongados gemidos y volviendo a caer en seguida, como si la muerte hubiera hecho su recorrido en aquel momento. Después, nuevamente se hacía el silencio.

Conservaba la humilde actitud que ya le he descrito a usted, clavada en su asiento, abandonada la labor, con las manos cruzadas por un esfuerzo de voluntad para disminuir el temblor que las agitaba al igual que el resto del cuerpo, pálida hasta dar lástima, las mejillas como la cera, los ojos muy abiertos velados de lágrimas, clavados en con la luminosa fijeza de dos estrellas.