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Sus cartas y las de sus servidores están llenas de instrucciones, quejas y demandas, en virtud de las cuales nunca faltaban en la despensa y cueva de aquel modesto palacio los pescados de todos los mares, las aves más renombradas de Europa, las carnes, frutos y conservas de todo el universo.

Venturita acogía aquellas galanterías confusa, sonriente, con vivos temblores de gratitud, sin comprender que en aquel momento no representaba para el magnate más que «la dama que estaba a su derecha».

Pocos sitios más tétricos que aquél. El puerto era un fiordo flanqueado por montañas altísimas, con rocas desnudas y siniestras; el suelo, fangoso e inculto. A pesar de que la tripulación quería descansar allí, yo decidí seguir adelante hasta recalar en la bahía de la Soledad de las islas Malvinas.

Por la maleza, hasta aquel fresno cuyas ramas se inclinan sobre el agua. No os ocupéis de , que correr tan ligeramente como vos. Y ahora, por el arroyo. Nos mojaremos los pies, pero hay que hacer perder la pista al perro, que probablemente es de tan mala ralea como su amo.

Recorrió los establecimientos públicos de día y de noche; hizo averiguaciones en los hoteles; tomó carruajes para visitar las afueras más pintorescas. Durante cuatro días insistió en sus pesquisas, sin resultado alguno. Llegó á dudar de la veracidad del tío Caragòl. Tal vez estaba ebrio al volver al buque y había inventado aquel encuentro.

Con aquel hombre nunca se sabía cuándo hablaba en serio. ¿Listos?... El silencio de los dos adversarios dió á entender al coronel que podía seguir sus voces de mando. ¡Fuego!... Uno... Sonó un tiro. Martínez, que sólo pensaba en el terrible tres, había disparado.

Entonces dijo Ido, fatigado de aquel relato incoherente, y de aquel vocabulario grotesco , recogió usted a ese precioso niño... Buscaba Ido la novela dentro de aquella gárrula página contemporánea; pero Izquierdo, como hombre de más seso, despreciaba la novela para volver a la grave historia.

Pensó en el toro, al que arrastraban por la arena en aquel momento con el cuello carbonizado y sanguinolento, rígidas las patas y unos ojos vidriosos que miraban al espacio azul como miran los muertos.

Martinán se había levantado aquel día muy de madrugada para ir á Cabañaquinta á comprar una vaca, había vuelto por la tarde bastante fatigado y se había tendido un poco á descansar en la cama. Pero no tardó mucho en levantarse. Se presentó desperezándose en la taberna cuando ésta hervía de parroquianos, los cuales le acogieron con algazara.

El escesivo frio que reina constantemente en aquel parage, y la aridez de las montañas, no dan lugar á ninguno especie de cultivo, así es que la única industria de sus habitantes consiste en saber descubrir y arrancar de las entrañas de la tierra el preciado mineral.