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Luego, después de haber echado los cerrojos a las puertas, preguntole con brusquedad y misterio: ¿Podría vuesamerced, señor canónigo, indicar algún hombre seguro para una dificultosa misión en servicio de Su Majestad y del reino?

Era una combinación sencilla, como todas las cosas geniales. Por ejemplo... Y tendió su mano hacia una baraja que estaba en una mesa, sobre unos cuantos volúmenes encuadernados en rojo: las nueve sinfonías de Beethoven. ¡Ah, no!... El príncipe le contuvo con brusquedad, para que no se entregase á su manía demostrativa. Yo esperaba encontrar aquí á Atilio dijo luego suavemente.

Llegando al vestíbulo, temió aparecer en el salón sin el aplomo necesario. Se detuvo. "Voy a verla dentro de un instante", se dijo. Temblaba todo entero. De pronto le tocaron en el hombro, y una voz conocida le murmuró: "Hombre, tenía que hablarte a propósito de aquello". Se volvió con brusquedad, desagradablemente sorprendido: era Miguel Castilla. ¿A propósito de qué?

En el momento en que Delaberge se volvió hacia él, acercóse el joven a la señora y dijo con cierta brusquedad: Hasta otra vez, señora; he de subir todavía a los bosques de Carboneras. ¿Pero volverá usted por aquí? exclamó la señora Liénard. Es que necesito todavía de usted...

Le confieso que nuestro parecido me causó un asombro igual al que usted muestra ahora. Gillespie, que después de su primera extrañeza empezaba á sentirse algo ofendido por el hecho de que este animalejo humano se atreviese á parecerse á él, dijo con brusquedad: ¿Quién es usted?... ¿Cómo se llama?...

Benina, que le leía en el rostro la inanición, gastaba menos etiquetas que su señorita, y le servía con brusquedad, riéndose de los melindres y repulgos con que daba delicada forma a la aceptación.

Esto no es leal dijo con voz jadeante . Debo estar despeinada... Va usted á romper mi sombrero... ¡Estese quieto! Si insiste usted, le abandono. Vióse al fin obligada á defenderse con tal brusquedad, que Pirovani creyó llegado el momento de intervenir, avanzando resueltamente dentro del cenador.

El presidente del Consejo de Estado, a quien le gustaba también madrugar, le saludó en el paseo de Recoletos. Hablaron algunos momentos y los aprovechó para recomendarle, con la brusquedad calculada que le caracterizaba, un expediente de ciertas marismas en que estaba interesado.

Y el barón, por su gesto, constantemente desabrido, por lo bronco y recio de la voz y por la brusquedad con que acostumbraba a hablarles, era para las inocentes criaturas un verdadero ogro. Iba constantemente armado de un par de pistolas; el estoque de su bastón era un verdadero sable.

Y como al oír eso me encogí de hombros, ella tomó la espumadera que había dejado caer y volvió a su tarea. ¿Y esa es toda la alegría que sientes? continué, encogiendo el labio con expresión despreciativa. Pero ella me apartó con la mano izquierda, con una brusquedad inacostumbrada. ¡Vete, chiquilla, te lo ruego! Y he ahí cómo yo recibí al primo Roberto en su lugar.