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¡ señor, un grandísimo bellaco! repitió don Pedro, poniéndose tan encendido que las arrugas de su rostro semejaban los pliegues y abolladuras de un pimiento riojano . Y aquí está D. Pedro del Congosto, para sostener lo que ha dicho, aquí y fuera de aquí en la forma y manera que usted lo crea conveniente. ¡Oh, Sr. D. Pedro! exclamó lord Gray con júbilo . ¡Qué gran placer me proporciona usted!

Al mismo tiempo la hermandad Limosna de la luz pensó que su bienhechora influencia podía hacer algo mejor que poner velas en los altares, regalar casullas o vender ropa barata para el culto: podía ¡oh admirable hallazgo! ¡oh inspiración divina! regalar almas al Señor.

Lo han nombrado para suceder a lord Tofán en Estrelsau. No podías desear mejor destino fuera de París. ¡Estrelsau! ¡Tate! dije mirando a mi hermano de reojo. ¡Oh! ¡Eso no importa! continuó Rosa impaciente. Conque ¿vas o no? No, creo que no. ¡Eres capaz de desesperar a un santo! No creo deber ir a Estrelsau, querida Rosa. ¿Te parece que sería... conveniente?

A medida que la hora fatal se aproximaba, sentíase más agitada, pero hablaba menos; su andar maquinal de un salón a otro, se aceleraba; su semblante se encendía, y sus labios no hacían sino articular por intervalos algunas exclamaciones de niña: ¡Oh mamá!... ¡mi pobre mamá!... ¡qué crueldad!... ¡qué injusticia!... ¡qué injusticia!... ¡Dios mío!

26 Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién creó estas cosas: él saca por cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará por la multitud de sus fuerzas, y por la fortaleza de su fuerza. 27 ¿Por qué dices, [oh] Jacob, y hablas [], Israel: Mi camino está escondido del SE

8 Oh hombre, él te ha declarado qué sea lo bueno, y qué pide de ti el SE

Cerró la tabaquera con un golpe seco, encendió su cigarrillo, y, después de haber lanzado al espacio algunas bocanadas de humo, dijo: Brillante la fiesta, ¿eh? Muy brillante. ¿Por qué has desertado del cotillón? Podría devolverte la pregunta. ¡Oh! yo, es bien sencillo: me substraigo a las confidencias de mi prima.

No respondí; las cosas de la fe, no. A esas se llega por el corazón. ¡Oh! ¡Cuánta razón tiene usted! exclamó con mirada brillante. Ya ve usted que no estamos lejos de entendernos dije sonriendo. Si usted quisiera que hablásemos así algunas veces, acabaríamos por ser de la misma opinión. ... usted me enseñaría a pensar... ¡Oh!

Sobre ella ha alzado Bergia el estandarte de su grandeza moral y política. ¡Oh! La hojalata tiene también su epopeya. El cielo estaba despejado; el sol derramaba libremente sus rayos, y la vasta pertenencia de Socartes resplandecía con súbito tono rojo.

Mas súbito Favonio el vuelo agita y ya al impulso de Pomona tierno el orbe renovado, se ve de hermosas flores coronado. Así la España que triste yace en llanto baña su hermosa faz. Mas se complace mas se reanima y á tu presencia ¡oh Rey piadoso! goza en reposo ya la influencia de la alma paz