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Hacía años que Luis no había visto las calles de Madrid a las nueve de la mañana. A esta hora comenzaban a dormir todos sus amigos del Casino; pero él, en vez de meterse en la cama, había cambiado de traje y se dirigía a la Florida, mecido por el dulce vaivén de su elegante carruaje. Al volver a su casa después de amanecido, le habían entregado una carta traída en la noche anterior.

Emprendió la marcha hacia el interior de la ciudad, lentamente, con desaliento, pensando morir; diciendo adiós a todas las ilusiones que aquella mujer parecía haberse llevado consigo al volverle implacable la espalda. ; era un muerto que paseaba su cadáver bajo la luz triste de los primeros faroles de gas que comenzaban a encenderse. ¡Adiós, amor! ¡adiós juventud! Para él ya no había primavera.

Los cabellos, antes empapados y pegados a la frente, comenzaban a revolar ligeros en torno de sus sienes; su ropa humeaba aún, pero ya el benéfico calorcillo, penetrándola, le restituía la acostumbrada soltura.

Era el público que salía del mitin y se detenía ante los balcones de las mejores casas, protestando de las colgaduras en honor de la Señora de Vizcaya. La gente silbaba: comenzaban á volar las piedras por encima de la negra masa: caían con estrépito las vidrieras rotas. Aresti se vió solo.

Me parecía que una fiebre abrasadora me consumía; durante la noche, iba y venía en mi cuarto sin poder encontrar descanso; de día, estaba continuamente en acecho y cada vez que oía el ruido de un carruaje, toda mi sangre se retiraba de mi corazón. A mis padres les contestaba disparatadamente y las criadas, en la cocina, comenzaban a sacudir la cabeza con expresión inquieta.

Luego, de repente, empezaban todos a gritar, y el gabinete se llenaba de una alegría loca, de una tempestad de sonidos, de un huracán de pasiones, como si todo se trastornase y desencadenase. Luego comenzaban los bailes. Cualquier esqueleto vestido de mujer daba vueltas como un peón junto a la mesa, en una danza loca, frenética.

Al ver tan escaso número de defensores oprimióseles el corazón a los sitiados, tanto más cuanto que los alemanes, siete u ocho veces superiores en número, comenzaban a formar dos columnas de ataque para tornar de nuevo las posiciones perdidas. El general enemigo enviaba ayudantes a diferentes lados transmitiendo órdenes, y las bayonetas empezaban a desfilar.

Presidía los trabajos el P. Gil, como coadjutor interino, pero la mayor parte de las damas atendían ya más a las indicaciones del P. Narciso. La noticia de su triunfo había volado por todo Peñascosa, y las señoras, con su inclinación nativa a todo lo que brilla y alcanza éxito lisonjero en el mundo, comenzaban a sentir de nuevo cierta ternura por él.

La verdura del jardín parecía una esmeralda caída en la arena, un oasis de bosquecillos de lilas que ya se marchitaban y de azucenas que comenzaban a abrirse, perdido en las áridas llanuras que por el lado del colegio rodean a la corte de España.

Le costaban un caudal; pero lo daba por bien empleado, porque los periódicos donde tenía amigos comenzaban a llamarle «el inspirado poeta, nuestro particular amigo D. Andrés HerediaPor desgracia, su madre se murió antes de verle en el pináculo de la gloria: murió rápidamente de una tisis pulmonar.