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Pilar opinaba que Vichy tenía aspecto elegante; Lucía, menos entendida en elegancias y modas, gustaba sencillamente de tanto verdor, de tanta Naturaleza, que reposaba sus ojos, moviéndola a veces a imaginar que, a despecho de sus calles concurridas, de sus tiendas brillantes, era Vichy una aldea, dispuesta a propósito para contentar sus exigencias secretas e íntimas de soledad.

Después diría que era un huerfanito abandonado en las calles, recogido por ella... ni una palabra referente a quién pudiera ser la mamá ni menos el papá de tal muñeco.

Aun cuando las habitaciones sean palacios, aquella soledad, aquella gente tan ordinaria..., el cencerro del ganado, aquellos callejones llenos de zarzas, de charcos y bichos venenosos...; ¡qué desconsuelo¡... Después, de noche, el bufar de las lechuzas, los ladrones..., ¡horror! ¡Pasar yo una semana en la aldea!... ¡Ave María Purísima!... Mire usted, hasta el pasear por el Alta me pone de mal humor, porque se me figura que me va á faltar tiempo para bajar de día á la ciudad.... Nosotros, los que hemos nacido en ella, desengáñese usted, no podemos acostumbrarnos á salir de nuestras calles empedraditas, de nuestros paseos, de nuestras reuniones.... ¡Es todo tan ordinario en la aldea!

No osaba penetrar en ellos: temía encontrarse con el banco en que habían estado aquella tarde. Avanzó por las calles de la ciudad, estrechas, sin aceras, pavimentadas de anchas losas, como en muchas poblaciones de Italia. Las viviendas, viejas y altas, recordaban los tiempos en que el suelo era precioso dentro de una península estrechamente ceñida por sus fortificaciones.

Friolera es si he estado, replicó Cacambo; he sido pinche en el colegio de la Asuncion, y conozco el gobierno de los padres lo mismo que las calles de Cadiz. Es un portento el tal gobierno. Ya tiene mas de trescientas leguas de diámetro, y se divide en treinta provincias. Los padres son dueños de todo, y los pueblos no tienen nada: es la obra maestra de la razon y la justicia.

Otros eran pueblos de más edad, y vivían en tribus, en aldeas de cañas o de adobes, comiendo lo que cazaban y pescaban, y peleando con sus vecinos. Otros eran ya pueblos hechos, con ciudades de ciento cuarenta mil casas, y palacios adornados de pinturas de oro. Y gran comercio en las calles y en las plazas, y templos de mármol con estatuas gigantescas de sus dioses.

¡Qué bello espectáculo ofrecería ese ejército vencedor al desfilar por las calles de la capital bajo arcos de triunfo y en medio de vítores y aclamaciones! ¡Cómo se sentiría confortada el alma cubana, el alma nacional, en presencia de ese abrazo fraternal que sellaría para siempre el pacto de solidaridad entre el ejército y el pueblo!

Parecía que por la ciudad pasaba una epidemia, despoblando las casas y ahuyentando el ruido de las calles.

Sin duda, los naturales de Nimes podrían traer de lejos á sus calles y plazas muchas otras fuentes y hasta un brazo del Ardeche ó el Ródano; pero, ¡en cuántos trabajos fútiles no distraen su actividad sin pensar antes en procurarse lo indispensable, es decir, agua abundante para proporcionarse con ella bienestar é higiene!

Allí iba todo el señorío. El automóvil aceleró su marcha por las amplias calles del ensanche, desiertas á aquellas horas, y paró con violenta rapidez entre los carruajes que estaban estacionados ante la iglesia del Sagrado Corazón, una obra prodigiosa de confitería arquitectónica, en la que el blanco de las ojivas se combinaba con el color rosa de los muros.