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A media tarde, luego de haber almorzado en la estancia de Rojas, volvió Moreno á la Presa y echó pie á tierra frente á la antigua casa de Pirovani. Torrebianca se paseaba por la habitación que le servía de despacho. Iba vestido de luto y su aspecto era aún más triste y desalentado que en los días anteriores.

Una mosca paseaba por sus bordes, alargando de cuando en cuando la sutil trompilla, haciendo vibrar, al cruzarlas con las patas traseras, las pardas y transparentes alas.

Para entretener sus impaciencias, paseaba arriba y abajo en la faja de sombra que proyectaba la mole, observado de una media docena de muchachuelos y otros tantos menestrales que andaban por allí matando el rato.

Yendo en tan buena compañía, sus enemigos fingían no conocerle. Hasta algunas veces había visto de lejos á Pimentó, que paseaba por la huerta como bandera de venganza su cabeza entrapajada, y el valentón, á pesar de que estaba repuesto del golpe, huía, temiendo el encuentro tal vez más que Batiste.

Un hombre estaba apostado, desde que ellos habían llegado, en el hueco de una puerta donde las sombras se espesaban. Inmóvil y protegido por la obscuridad, no pudo ser visto de Piscis. Aprovechando un momento en que éste paseaba de espaldas a la casa, el hombre salió de su escondite y se acercó sigilosamente a ella. Miró hacia el corredor y vaciló unos segundos. Esto fué lo que le perdió.

Paseaba. ¿Por qué era suyo el cansancio y de los demás el coche? ¿Por qué razón el sentía el amor, y era otro el que tenía la querida? Iba al teatro. ¿Por qué era suya la afición a la música y ajeno el palco? Estas cuestiones brotaban sin cesar en su cerebro como las chispas en la fragua. Para colmo de pena, oía la historia de fortunas improvisadas.

Vibrantes sus nervios por el entusiasmo, poníase de pie y paseaba por la habitación, pisoteando los papeles esparcidos por el suelo. ¡Ah, cómo le envidio a usted, Gabriel, que ha corrido mundo y ha oído tan buenas cosas!

El joven Dandolo, uno de los hombres más brillantes de las siete islas, la asediaba con sus cuidados, la deslumbraba con su talento y le imponía su amistad soberbia con la autoridad del que siempre ha triunfado. Gastón de Vitré paseaba alrededor de ella una solicitud inquieta. El hermoso joven se sentía nacer a una nueva vida.

Hoy es uno de los días en que le he sentido más que nunca, y me he encontrado bañada en llanto, sin darme cuenta de ello, mientras paseaba; parecía que mi vida se rejuvenecía, que mi alma tomaba cuerpo y se disponía a presentarse a mi creador, a mi juez... ¡Ay de !; ¡que su juicio, próximo a emitirse, sea indulgente!

Pero el Magistral salió sin responder siquiera, pensando en Ana y en Mesía; y a la media hora, cuando paseaba por el Espolón solo y a paso largo, olvidando el compás de su marcha ordinaria, le repetía en los sesos, no sabía qué voz: ¡besugo, besugo! «¿Por qué se acordaba él del besugo?». Y encogió los hombros irritado también con aquella obsesión de estúpido.