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Y , rendida al ruego, y al instinto que en el hombre engendró quien le ha creado, beso por beso, loca me volviste, buscando, al esconderte entre mis brazos, oprimiéndome á un tiempo con los tuyos, tu cabeza en mi pecho sepultando, camino de llegar hasta mi alma para buscar en ella tu retrato, ó el fuego de la llama abrasadora del amor y el placer ¡crímenes santos!

Su rigidez no dejaba adivinar con palpitaciones materiales el agua abrasadora, el vapor asfixiante, el fuego anonadador, a los que bastaba el más leve escape para atraer la catástrofe y la muerte. Las fuerzas ciegas y crueles estaban domadas, canalizadas, sumisas, dúctiles, se transformaban en silencio; realizaban sus transmutaciones de vida con religioso quietismo.

Cuando Bonis abrió los ojos a la realidad, como se dijo a mismo a los pocos segundos de despierto, lo primero que hizo fue bostezar, pero lo segundo... fue sentir una sed abrasadora de idealidad, de infinito, de regeneración por el amor, y además sed material no menos intensa, y grandísimos deseos de seguir durmiendo.

Lloró largo rato, lloró copiosamente. Las lágrimas bañaban su rostro, caían sobre sus manos y las escaldaban. Cuando ya no pudo llorar más sintió una sed abrasadora. Pero gotas de agua filtraban por las paredes y por el techo. Con el hueco de las manos recogió á tientas algunas de estas gotas y las bebió. Sabía el agua á carbón, pero no importaba. Al cabo su sed se calmó.

Observábase la veleidad y rareza de vientos que pocas veces se ofrece: ejemplo, una brisa abrasadora del Este, una ráfaga huracanada procedente constantemente de la parte serena. Un día que nos encontrábamos sentados en las pinadas, azotadas por el viento, aunque un tanto abrigadas por la luna, oímos una voz juvenil, extraordinariamente clara y penetrante, de un timbre muy acerado.

»Interrumpiéndome, me dio a besar su mano abrasadora y luego me suplicó que le leyese algunas páginas de Pablo y Virginia. »Precisamente fui a abrir el libro por el pasaje donde se describe la despedida de los dos niños. Mientras leía costábame gran trabajo el reprimir los sollozos que me ahogaban. »De vez en cuando entraba el doctor a ver a su hija y en seguida se marchaba, con aire preocupado.

El sentimiento en el fondo es el mismo, pero se ha llevado á un punto demasiado alto; el deseo de adelantar ha pasado á ser una sed abrasadora; el pesar de verse superado, es ya un rencor contra el que supera; ya no hay aquella rivalidad que se hermanaba muy bien con la amistad mas íntima, que procuraba suavizar la humillacion del vencido prodigándole muestras de cariño, y sinceras alabanzas por sus esfuerzos; que contenta con haber conquistado el lauro, le escondia para no lastimar el amor propio de los demas; hay , un verdadero despecho, hay una rabia, no por la falta de los adelantos propios, sino por la vista de los ajenos; hay un verdadero odio al que se aventaja, hay un vivo anhelo por rebajar el mérito de sus obras, hay maledicencia, hay el desden con que se encubre un furor mal comprimido, hay la sonrisa sardónica, que apénas alcanza á disimular los tormentos del alma.

Y la razon, en tanto, aprisionada, luchando con la fiebre abrasadora de la ardiente ilusion, pugnaba en vano por disipar la nube embriagadora, cuya letal atmósfera aspiraba mi pulmon impaciente, y en él toda mi sangre envenenaba adormeciendo al corazon valiente... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Dónde hallar la verdad?... Tal vez oculta la tiene el porvenir... ¿Y qué me ofrece? ¡Confusa mezcla de placer y espanto, que al sondear el alma se estremece!

Volvió á orar con todo fervor, se encomendó á Dios de todo corazón y de nuevo quedó dormida. Al despertar penetraba ya la luz por la chimenea. De nuevo sintió una sed abrasadora y otra vez volvió á calmarla con el agua sucia que manaba de las paredes. Miró por el agujero y vió el puntito de cielo. Esta vista infundió en su pecho un ansia loca de vivir.

En los baños rusos, cuando el paciente sale de la abrasadora estufa, cuando su cuerpo se ha acostumbrado gradualmente a un alta temperatura, cuando el calor ha dilatado ampliamente sus poros y su rostro se esponja como una peonía en flor, se le conduce suavemente bajo un grifo de agua fría; una ducha glacial le cae sobre la cabeza y el frío le penetra hasta la medula.