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Cerraban la marcha los padres de las muchachas, envejecidos antes de tiempo por las fatigas y sobriedades de la vida del campo, pobres bestias de la tierra, sumisas, resignadas, negras de piel, con los miembros secos como sarmientos, y que en la modorra de su mente recordaban cual una vaga y remota primavera los años del festeig.

Mientras tanto, María Valdivieso hacía una escena sentimental a Paco Vélez, porque lejos de ocuparse de ella, durante el riesgo de la mañana, había pensado tan sólo en salvarse a mismo; Jacobo y el tío Frasquito habíanse entrado en la Hospedería sin decir adónde iban, y Currita, llevada de sus gustos idílicos, entreteníase en echar migas de pan a un altanero gallo que merodeaba por el prado, seguido de algunas sumisas gallinas.

Mientras permanecía callada, charlaban unos con otros, pero siempre en voz baja, como si se hallasen en un templo o en la misma cámara real. Sus hijas Recareda y Valeria, jamonas de alto bordo, se mostraban ante ella tan respetuosas, tan obedientes y sumisas como niñas de diez años; y lo mismo su hijo viudo, lleno de canas.

Las hembras eran sumisas; la debilidad femenil las hacía temer al arreador y se esforzaban en su trabajo. Los manijeros, agentes reclutadores, bajaban de la montaña al frente de sus bandas empujadas por el hambre.

Vivían pacíficamente; pero ella sentía la inquietud de la mujer europea que se ve trasladada a una población de África, entre gentes que parecen sumisas, pero que pueden sentir de pronto la hostilidad de la raza. Isidro se reía de sus preocupaciones. ¿Dónde mejor que allí? Era cierto que el río olía mal, pero ya se habituarían a este hedor de los residuos de la villa.

Pues á ver esos pecadillos, á hacer la colada del alma, que aquí está el Padre Paulí para absolver á las niñas que son buenas y sumisas.

Soledad alzó los hombros con ademán displicente y dijo: Allá . Velázquez se sintió cada vez más turbado. Una tristeza profunda iba entrando poco á poco en su pecho. La que él imaginaba pequeña barrera fácil de saltar se trasformaba en alta, inaccesible muralla. Entonces halló en su alma palabras sumisas y fervorosas que ofreció en holocausto á aquella diosa irritada.

Señorita Blanca, presento a usted mis más sumisas manifestaciones de respeto y admiración dijo el doctor de las Vueltas, entreabriendo su boca como un pimpollo. ¡Oh, doctor! tantas gracias contestó Blanca. Es usted la reina del baile. Lleva usted mis parabienes, Blanca...¡aaah!...¡está usted espléndida... aaah! decíale el compañero de don Bonifacio, arrullando alrededor de Blanca.

Y cuando al oír un ligero silbido de mis labios, ambos acudieron desde lejos dando brincos y vinieron a rozar suavemente mi cuello con sus hocicos, esperando una caricia, mi corazón se dilató: me sentía orgullosa de que hubiera en la tierra criaturas, aunque privadas de razón, que se inclinaban ante mi poder y me eran sumisas por afecto, y alcé hacia Roberto una mirada triunfante: ahora él debía saber quién era yo y qué pretendía.

Al cabo, las monedas que se fabrican en aquel gran edificio de ladrillos irán como esclavas sumisas a procurar deleites a los poderosos, a halagar sus torpes pasiones y sus vicios, mientras las novelas que se escriben en aquel alto y silencioso despacho, vendrán a posarse delante de nuestros ojos dándonos algunos instantes de placer honrado, elevando nuestro espíritu y esclareciéndolo.