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En vano con el raciocinio quería arrancársela; pero ¿de qué servía la razón, si era tan niño entonces como la que dormía en el ataúd, y daba más importancia á un juguete que á todas las cosas de la tierra y del cielo?

En vano el gozque, trizando con los dientes las vestiduras, pugnó por salvar a su bienhechora, evitando tan infeliz fracaso. Las fuerzas de la infeliz vencieron y la arrebataron al horrible abismo, que proseguía siempre en su mugir incesante. Un agudo gemido se oyó, y el aire los desapareció al punto.

LEONOR. ¿Por qué temblando tu mano está? ¿Qué sientes? MANRIQUE. Nada, nada. LEONOR. En vano me lo ocultas. MANRIQUE. Nada siento. Estoy bueno... ¿Qué dices? ¿Que temblaba mi mano?... No... ilusión... nunca he temblado. ¿Ves cómo estoy tranquilo? LEONOR. De otra suerte me mirabas ayer... tu calma fría es la horrorosa calma de la muerte. ¿Pero qué causa, dime, tus pesares?

María de la Paz decía que no; Salomé dudaba, y la santa opinaba que . Las razones de la primera eran: que puesto que prefería el sueño á la comida, era preciso hacerle el gusto, con lo cual se iría acostumbrando á la disciplina. En vano quiso oponerse Paulita con gran copia de razones teológicas y morales, fundadas en el principio de mens sana in corpore sano: todo fué inútil.

El alma de la mujer podía en ella más que el instinto de la hembra. El amor material le pareció cosa baladí. Se había entregado; bueno ¿y qué? ¿no era libre? ¡así como así, jamás había de pertenecer a otro! No en vano tenía metida en el cerebro la vehemencia romántica de cuantas escenas dramáticas leyó y vio representar. A medio día salió al ensayo.

»Nos perdíamos en conjeturas, y en vano buscábamos la causa de aquel misterio; toda la solicitud de Teobaldo fue infructuosa y nada pudimos saber.

Y todos estos progresos, esta rápida ascensión de la familia, ¡en solo un año!... Tenían que luchar con otras familias ultramarinas que habían amasado fortunas enormes en los Estados Unidos, el Brasil ó las costas del Pacífico. Pero eran alemanes «sin nacimiento», groseros plebeyos que en vano pugnaban por introducirse en el gran mundo haciendo donativos á las obras imperiales.

Alarmado y herido el pintor en su ternura paternal, acusó a la huérfana de insensibilidad, de vano orgullo, de sequedad de alma, preguntándose si sus mismos sentimientos serían jamás comprendidos por aquel corazón de acero, diciéndose también que, de continuar persiguiendo su ensueño amoroso, comprometía la dicha de su hija, ¡el adorado encanto!

Las ambiciosas que fingían una gran pasión con la inaudita esperanza de un matrimonio, las sentimentales que pretendían interesarle con refinamientos psicológicos, las que traían al adulterio sus entusiasmos de madre y susurraban en su oído la felicidad de tener un hijo que se le pareciese, le esperaban en vano al día siguiente. «¡Ni grandes pasiones, ni hijos!...» El yate echaba de pronto dos chorros de humo, llevando á su dueño á otro puerto, tal vez á otro continente: y si quería huir de una ciudad del interior, ordenaba el enganche de su vagón especial en el primer tren que partiese.

Mientras el tío Frasquito buscaba en vano otro agujero y decidíase, no encontrándolo, a abrirlo él mismo disimuladamente con un cortaplumas, una gran sombra apareció en el fondo de la escena, deslizándose muy despacio, con el cuerpo agobiado, los pies arrastrados, la mano extendida... Era Diógenes, el cínico Diógenes, que al ver a los tres personajes pegados al telón, vueltos de espalda y puestos en cuclillas, detúvose un momento, dejando escapar una risa silenciosa, risa de chacal, risa de hiena, que de verla el tío Frasquito hubiera sentido erizarse los pelos e su peluca.