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Tal es la triste historia del olvidado Alberto Glatigny, llamado á ocupar algún día entre los poetas líricos franceses del siglo XIX un puesto de honor. VIRGINIA D

Protestaba de sus imposiciones, y le habló de usted, para dar mayor dureza a su protesta. Quiero ver todo Tijuca; quiero ir adonde vivieron Pablo y Virginia. Acuérdese de su promesa: un hombre debe tener palabra.

Avanzando en la miseria hosca, en la confidente soledad que le era tan amable; eterno trashumante, muerta su mujer, la dulce Virginia, esa bella sombra añorante que pasa por los versos de El Cuervo, esa «incomparable y deslumbradora doncella que los ángeles llaman Leonor», errando, pues, por el mundo, llegó a Baltimore la noche antes de unas elecciones de diputados.

Los Guilliches tienen una especie de tabaco, que machacan cuando está verde, y le componen en rollos gruesos y cilíndricos. Es de color verde obscuro, y cuando le fuman despide un olor fuerte y desagradable, algo diferente del tabaco de Virginia. Es tan fuerte, que luego embriaga, y por eso pasan la pipa de uno á otro, tomando muy poco á la vez, porque de otro modo aniquilaria los sentidos.

Hablaba de las bellezas de Tijuca, que aún estaban por ver: la Cascatinha, una caída de agua más allá del Alto de Boa Vista; la Cascada Grande; la Mesa do Imperador, las Grutas de Agaziz, la «Gruta de Pablo y Virginia». Nélida palmoteó de entusiasmo al oír el último nombre. Quería ver cuanto antes este lugar. Recordaba vagamente un libro que había leído con el mismo título.

»Yo pensaba en Pablo y Virginia, en aquellos dos muchachos extraviados también como nosotros, pero que siquiera contaban con Domingo y su perro. Cierto es que los bosques de la isla de Francia son más solitarios que los de Ville d'Avray; pero para nosotros, dada nuestra situación de ánimo, en aquel instante, no había entre aquéllos y éstos la menor diferencia.

Más felices que las demás, las que espurriaban la hoja, sentadas a la turca en el suelo, con un montón de tabaco delante, tenían el puchero de agua en la diestra, y al rociar, muy hinchadas de carrillos, el Virginia, las consolaba un aura de frescura.

Además, como sus pulmones estaban educados en la gimnasia del aire libre, se deja entender la opresión que experimentarían en los primeros tiempos de cautiverio en los talleres, donde la atmósfera estaba saturada del olor ingrato y herbáceo del Virginia humedecido y de la hoja medio verde, mezclado con las emanaciones de tanto cuerpo humano y con el fétido vaho de las letrinas próximas.

Porque siento que allá arriba, en el cielo, los ángeles que se hablan dulcemente al oído, no pueden encontrar entre sus radiantes palabras de amor una expresión más ferviente que la de «madre», he ahí por qué, desde hace largo tiempo os llamo con ese nombre querido, a ti que eres para más que una madre y que llenáis el santuario de mi corazón en el que la muerte os ha instalado, al libertar el alma de mi Virginia.

Logomaquias, hombre dijo D. Manuel apartando de con desprecio la carta de su amigo el Canónigo, cacique y faraute de los Peces en buena parte de la Mancha . Esto es novela... ¡Nietos de la marquesa de Aransis!... Cierto es que aquella pobre Virginia... ¿Conoces a esa Isidora? . ¿Y ella sostiene...? Como el Evangelio. Logomaquias.