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La calma nocturna y la obscuridad envolvían en dulce caricia a Gabriel y Sagrario. Descendía de lo alto esa frescura misteriosa que parece reanimar el espíritu y agrandar los recuerdos. La iglesia era para ellos como una bestia enorme y dormida, en cuyo regazo encontraban tranquilidad y defensa.

Yo era en aquel tiempo un fatuo, muy envanecido de mi nombre, de mi juvenil importancia y de mis pobres triunfos de salón; pero tenía el corazón sano, adoraba á mi madre, con la que había vivido durante veinte años en la más estrecha intimidad que pueda unir dos almas en este mundo; me apresuré á asegurarle mi obediencia: ella me dió las gracias inclinando la cabeza con una triste sonrisa y me hizo besar á mi hermana dormida sobre sus rodillas.

Iba andando medio dormida; estaba como embriagada de sueño y música y fantasía.... Sin saber cómo se encontró en el portal de su casa pensando en el Niño Jesús, en su cuna, en el portal de Belén. Ella se figuraba la escena como la representaba un nacimiento que había visto aquella noche a primera hora.

Había oído una lectura bastante larga; la fatiga y el sueño se habían apoderado de ella al mismo tiempo y, dejando caer la cabeza hacia atrás, se había quedado dormida en el sillón. El conde estaba solo con ella. Dejó el libro en el suelo, se aproximó dulcemente, se puso de rodillas ante ella y adelantó los labios para besarla en la frente, pero se contuvo por un instinto de delicadeza.

Presentó la taza á Ester, que la recibió mirándole con fijeza de una manera lenta y seria; no precisamente con una mirada de temor, sino llena de dudas, como interrogándole acerca de lo que podrían ser sus propósitos, y al mismo tiempo dirigió también una mirada á la niñita dormida. He pensado en la muerte, dijo, la he deseado, hasta hubiera rogado por ella, si pudiera rogar por algo.

¿Y quién la mató? Lea levantó orgullosamente la cabeza y respondió con acento terrible. ¡Yo! ¡, desgraciada! ¿Y cómo? Vas á saberlo. Todo quedó en silencio, solamente turbado por la respiración anhelosa de Lea. El rumor de la ciudad dormida se apagaba á lo lejos con el sordo rodar de los ya escasos coches.

Hoy he visto en el cementerio de Bussieres un cuerpo de mujer muy bien conservado, a pesar de haber transcurrido muchos años desde su enterramiento. Debió ser una hermosísima mujer a juzgar por las apariencias. Tiene en el dedo un anillo nupcial y un rosario engarzado en las manos. Parece que está dormida, y espera de este modo el eterno despertar.

Querrá que le abra... Pues ya puede aguardar sentado... , si, dije yo para , no está mal Juan de la tía María el que silbaMe hacía la dormida sin chistar, a ver si ella se dormía también; pero nada; ese pecado parecía tener ortigas debajo hoy. No cesaba de dar vueltas y vueltas... Pues por un poco me marcho sin despedirme. ¿Cómo sin despedirse? preguntó ella vivamente, dejando el falsete.

Si algún labrador fuese su padre, tendría que ser de Laviana y no dejaría de saberse... Luego, una vez, siendo niña, estando en la cama, oyó hablar á sus abuelos, que la creían dormida, y por ciertas palabras vino á sospechar que recibían dinero del capitán á causa de la niña. La niña no podía ser más que ella... Luego, D. Félix la trataba con tal afecto...

Las conversaciones con este señor, que comía muchas veces en casa de su sobrino, escuchado y admirado por toda la familia cual un héroe triunfante, fueron para Ojeda como otros tantos latigazos aplicados a su voluntad dormida.