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Horrible es esto; pero hay allí lucha, y donde hay lucha hay siempre una esperanza, una probabilidad de vencer... Por eso sobrepuja a este horror aquel otro horror que suele encontrarse tras aquellas pupilas vidriosas, aterradoras en esos momentos, cual la puerta siniestra ante la cual se sintió Dante desfallecer y vacilar: el marasmo, la quietud horrible de un alma que se hunde poco a poco en lo eterno, dándose cuenta de ello, pero sin que crucen por su mente más que ideas triviales, bagatelas con que procura distraerse y divertirse, ocultándose a sí propia el abismo, hasta que la muerte descarga de súbito la guadaña, y despierta de improviso aherrojada ya en lo profundo del infierno. ¡Letargo letal, pendiente horrible que, sin un prodigio de la divina gracia, va a parar derecha a la condenación eterna!...
Subió Lázaro desesperado, pero al ver á su tío medio dormido en un sillón, no pudo resistir á la influencia letal que en todos sus habitantes ejercía aquella región del fastidio; preparóse también á dormir, y se tendió en su cama.
Sus linfas puras entre fango nacen Mas cristalinas caminar se ven, Cual tú nacida de la tierra impura, Pura te miro caminar tambien. Adios, mujer nacida para inspirar amores, Nacida como nacen en el jardin las flores, Para esparcir en torno su misterioso olor; ¡Adios! palabra amarga que sale de mi seno, Y que mis labios quema como letal veneno, Cuando en mis ojos brilla la gota del dolor.
El hombre que había pronunciado estas palabras, que había adelantado sombrío y letal y que había cerrado por dentro la puerta, era el bufón del rey. El sargento mayor retrocedió sorprendido. En su semblante apareció la expresión del espanto. Doña Ana miró con terror al bufón. Y el bufón adelantó pálido hacia el sargento mayor, que retrocedía.
Mezquinamente socorrida por sus suegros, vivía en un sotabanco de la calle de la Cabeza, mal abrigada y peor comida, indiferente a su esposo, consumiéndose en letal ociosidad, que fomentaba los desvaríos de su imaginación. En cambio, Antoñito se había hecho hombre formal después de casado, tal vez por obra y gracia de la virtud, buen juicio y laboriosidad de su mujer, que salió verdadera alhaja.
Juana, pobre mujer envilecida, que arrastrando su espíritu en el cieno, pasó la triste vida vendiendo por amor letal veneno; cabeza hermosa, donde de seguro no brotó nunca pensamiento puro, y que ignorando el bien que poseia, vendia, por un poco de dinero, en público mercado, el placer más inmundo, si es vendido, el mayor y más dulce, si es ganado; próxima al duro instante de la triste agonía, á un padre confesor agonizante con anhelosa voz así decia: «Padre: yo de mis culpas me arrepiento »y pido á Dios perdon de mi impureza; »miradme bien al rostro, que no miento.» Y levantando la cabeza en tanto, fijaba sobre el fraile macilento una mirada de ansiedad y espanto; y al ver que nada el fraile le decia, con ansiedad creciente proseguia: «
Quizá si se acercaron fue impelidos por la embriaguez que se apodera de los nervios bajo la letal influencia de la viciada atmósfera que forman las mentiras oídas, los perfumes aspirados y los resplandores que deslumbran; fueron como la rama que se inclina sobre el río mientras la violencia de la corriente alza la superficie del agua, sin que pueda notarse si los tallos la buscan, o es ella la que sube hasta manchar sus hojas.
Ayer un poeta cantaba inspirado, Mas vino la muerte con soplo letal, Y hoy frio y vacío su cráneo potente Se ofrece á los rayos del gran luminar. En este lecho de silvestre grama No te vendrá á turbar ningun mortal, Ni el eco torpe que al tirano aclama, Ni el rumor de la orgía mundanal.
Un malestar inexplicable que a veces tomaba formas como de entusiasmo, a veces como de abatimiento letal, actuaba sin cesar dentro de él, absorbiendo todas sus fuerzas y pensamiento. Repitiole el ataque epiléptico, y cuando le pasó, disparataba cual si hubiera perdido la razón. Durmió luego profundamente; levantose alegre, salió, y dirigiéndose al Rastro detúvose en un puesto a comprar algo.
Con una facilidad asombrosa acomodóse Carmencita a la vida sedante y fría de Luzmela. Su naturaleza robusta y bien equilibrada no sufrió alteración ninguna en aquel ambiente de letal quietud que se respiraba en el palacio; ella lo observaba todo con sus garzos ojos profundos, y se identificaba suavemente con aquella paz y aquellas tristezas de la vieja casa señorial.