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Pero después de la capitulación de Ulm, nos creíamos los primeros soldados del mundo, y al hablar de los prusianos y de los rusos, nos reíamos de ellos, juzgándoles hasta indignos de nuestras balas.

Valdesogo de Abajo. Y no es cualquier cosa, pues bien se pueden juntar allí hasta cien hombres como castillos, no como esos rusos de alfeñique de que usted habla, sino tan feroces, que despacharán un regimiento francés como quien sorbe un huevo.

Puesto que tiene usted tantos rusos disponibles le preguntaba yo a Fabra Ribas un día , ¿por qué no los distribuye usted de una manera más equitativa? Eso de darle a Morote la exclusiva de los rusos para toda España, me parece injusto.

Así, el viajero no recorre ninguno de esos valles sin encontrar uno ó mas campos de batalla donde los Franceses lucharon con prodigiosa energía y audacia contra las fuerzas muy superiores de los generales rusos y austríacos.

La incertidumbre moral de la imposibilidad del suicidio lo había impulsado a acusar a los dos rusos, aunque sin que por eso pudiera decir sobre cuál de los dos debía recaer principalmente la sospecha. Pero cuando oyó decir que la Natzichet asumía la responsabilidad del delito, semejante resultado le produjo tanto descontento, como el que le habría causado la confirmación del suicidio.

Pues allí están los rusos y los austriacos. ¿Sabes cuál es su intención? Pues quieren cortarnos el camino de Viena, para lo cual tendrán que bajar de la colina de Pratzen y situarse entre nuestra derecha y los pantanos. ¡Mira si son estúpidos! Eso precisamente es lo que quiere el Emperador, y todo lo dispone de modo que parezca que nos retiramos hacia Viena.

Marcos dijo Hullin tras un instante de silencio , ¿puedo hablar delante de tu mujer? Ella y yo somos una sola persona. Pues bien, Marcos, vengo a comprarte pólvora y plomo. Para tirar liebres, ¿no es verdad? dijo el contrabandista guiñando los ojos. No; para batirnos con los alemanes y los rusos. Hubo un instante de silencio. ¿Y necesitarás mucha pólvora y mucho plomo?

En fuerza de importunar a los amigos que tenía en los periódicos de Madrid, había podido conseguir un billete de favor, un pasaje de primera clase pagando lo que pagaban los de tercera. En justicia yo debía ir abajo comiendo rancho con ese rebaño de judíos y cristianos, rusos, alemanes, turcos, españoles y... ¡demonios coronados!, pues aquí vienen gentes de todos los países.

En cambio, muchos rusos, al disolverse sus regimientos, se han incorporado á la Legión... Lo mío nada tiene de extraordinario. ¡Y qué de recompensas por lo poco que he hecho!

Parecían catecúmenos que luego de las abluciones y de vestir nuevas túnicas no saben qué otra ceremonia les aguarda más allá de la puerta cerrada. Miraban con inquietud la tierra que iba costeando la nave, una barrera amarilla, ondulosa, de cumbres bajas. ¿Qué encontrarían en aquella América?... Ya no sonaba el acordeón; los rusos habían olvidado su danza gimnástica.