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Las sonrisas de sus labios se fueron haciendo tristes, y por la cándida frente pasó una ráfaga de inquietud que comunicó a su lindo rostro infantil cierta grave expresión que no tenía. Parecía que en virtud de un misterioso movimiento de su espíritu, la niña se transformaba en mujer en pocos instantes.

Algunas voces parecía doblarse bajo una ráfaga de ternura y admiraba á su esposo, acataba sus órdenes, extremando su humildad de un modo inquietante. Hablaba á sus visitas de las campañas del general, de sus proezas allá en España, tierra que le infundía un interés novelesco y por lo mismo no deseaba ver nunca. De pronto interrumpía sus elogios con una orden: Marqués, muéstrales tus heridas.

Aquel grito «¡los cosacos!, ¡los cosacoscorría de un extremo a otro del camino como una ráfaga de viento; las mujeres se volvían estupefactas, y los niños se ponían de pie en los carruajes para ver más lejos.

Niña como era Lucía, así pudo tomarla a llanto como a risa; tomola a risa, porque estaba alegre, y hasta Hendaya no cesó la ráfaga de buen humor que regocijaba el departamento. En Hendaya prolongó la comida aquel instante de cordialidad perfecta.

Ella cantaba por distraerse: parecíale una locura tomar en serio lo que se dice con acompañamiento de música: todo eran falsedades dulces, inventadas por los artistas para alegrar la vida; muy bonitas, eso , pero al fin mentiras. Por la memoria de Fernando pasó, como una ráfaga de viento helado, una frase que varias veces había oído al doctor.

Wetterhexe escuchó; una ráfaga de viento acababa de oírse en el silencio de la noche, agitando los bosques seculares cubiertos de escarcha. ¡Cuántas veces la bruja había oído gemir el cierzo en las noches de invierno y ni prestó siquiera atención! ¡Pero ahora sentía miedo!

Acometidas súbito de una ráfaga de valor, casi todas las damas declararon que estaban dispuestas a bajar con sus compañeras. Fué necesario enviar inmediatamente a Villalegre por los impermeables. La jaula, movida por vapor, estaba preparada para recibir a los ilustres expedicionarios. Constaba de dos pisos, en cada uno de los cuales cabían ocho personas en pie.

Una ráfaga de locura hereditaria y perversa parecía conmover a los habitantes de la casona, y los vecinos de la comarca miraban siempre con supersticioso respeto aquella vivienda blasonada. Se contaba que doña Rebeca había sido muy desgraciada en su matrimonio. Casó con un plebeyo, buen mozo y pobre, único pretendiente que le deparó la fortuna.

En cualquiera de ellos llegaría Freya. El primer día fué de oro y esperanza. Brillaba el sol en un cielo sin nubes; hervía el golfo con burbujas de luz, bajo una atmósfera inmóvil, sin que la más leve ráfaga rizase su superficie; el penacho del Vesubio era recto y esbelto, dilatándose sobre el horizonte como un pino de blancos vapores.

En sus ojos asoma el mismo pensamiento, y se dicen si no ha pasado sobre ellos, en aquellas palabras, una ráfaga de locura. Los criados y los mendigos van llegando de la cocina con un rumor lento, ojos de susto, gesto de misterio, y se detienen sobre el umbral de la puerta. ¡Ave María Purísima! ¡Cavada tengo la sepultura!