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En una de las noches anteriores, ésta, cuya habitación estaba próxima a la de sus hermanos, había creído sentir ruido por la noche y se había levantado. Miró al través de los cristales hacia la huerta y vió a Pachín, el criado, en compañía de otro hombre a quien no pudo conocer. Sin embargo, concibió una viva sospecha que la aterró.

Estaba en fondos y podía convidar á sus nuevos amigos. Los soldados protestaron, riendo. «¿Admitir convites de una mujerEl único que hablaba bien el francés de todos ellos replicó con alegre protesta: Nosotros somos más ricos que usted. Nosotros cobramos en dólares. Ella miró el puñado de monedas de cobre que tenía en una mano. Céntimos, nada más; pero ¿qué importaba?...

Satisfecho ya el capricho, dejé la calle de las Infantas, y me fuí á casa de un amigo. Mas al día siguiente, fuese casualidad ó{15-2} premeditación, aunque es muy probable lo último, acerté á pasar por el mismo sitio á la misma hora. Mi gentil agresor, que estaba de bruces sobre la barandilla del balcón, se puso encarnado hasta las orejas así que pudo distinguirme, y se retiró antes de que pasase{15-3} por delante de la casa. Como V. puede suponer, esto, lejos de hacerme desistir, me animó á quedarme petrificado en la esquina de la primer boca-calle, en contemplación extática. No pasaron cuatro minutos sin que viese{15-4} asomar una naricita nacarada, que se retiró al momento velozmente, volvió á asomarse á los dos minutos y volvió á retirarse, asomóse al minuto otra vez y se retiró de nuevo. Cuando se cansó de tales maniobras, se asomó por entero y me miró fijamente por un buen rato, cual si tratase de demostrar que no me tenía miedo alguno.{15-5} Entonces se generalizó por entrambas partes un fuego graneado de miradas, acompañado por lo que á respecta de una multitud de sonrisas, saludos y otros proyectiles mortíferos, que debieron causar notables estragos en el enemigo.

Otros llevaban al niño de la mano: él llevaba dentro al niño Amor, que, aposentado en su corazón y su pensamiento, lugares donde antes jamás entró, corría de uno para otro. La sala estaba a media luz: don Juan, que llevaba tres horas diciéndose: «Principal, número nueve», miró al palco.

Y haciendo un puchero, miró a través de sus lágrimas tan ansiosa y miserablemente a doña Guiomar, que ésta, no embargante los amargos cuidados en que estaba, sintió por él lástima. Fuese el familiar, y doña Guiomar quedose toda confusiones, toda temores, toda celos, toda amargura.

Desde la Plaza Mayor bajó por la calle de Toledo, torció luego hacia la derecha, a los pocos minutos de marcha se detuvo en una calle cercana a San Francisco el Grande, miró el número de una casa, entró en el portal sin vacilar, subió la escalera, y en uno de los pisos altos llamó. A los pocos segundos le abría la puerta una joven, guapetona y de fisonomía inteligente.

Materne hizo el disparo; mas cuando puso la culata en el suelo y miró, nada había cambiado. ¡Es curioso cómo la edad acorta la vista! dijo el cazador. ¡Usted corto de vista! exclamó Kasper ; ¡desde los Vosgos a Suiza no hay nadie que pueda hacer un blanco a doscientos metros mejor que usted! El anciano guardabosque lo sabía perfectamente; pero no quería desanimar a los demás.

Apoyando la mano en el hombro de él, su mujer miró los garrapatos que trazaba con febril mano sobre un papel. «Ved aquí fijados los puntos capitales balbucía él, escribiendo . Solidaridad de sustancia espiritual. La encarnación es un estado penitenciario o de prueba. La muerte es la liberación, el indulto o sea la vida verdadera. Procuremos obtenerla pronto...».

»En ese instante, ella se precipita hacia , me rodea con sus brazos y me cubre el rostro de besos; después, de improviso, cae con un suspiro, y allí se queda desplomada a mis pies, como herida por un rayo. Y yo, como en un sueño, la miro fijamente.

Clotilde, apurando el agua, miró con precaución en torno, y bajando cuanto pudo la voz, preguntó: ¿Estamos solas? . Entonces, dominada por uno de esos impulsos misteriosos que hacen pensar a dos almas en una misma cosa al mismo tiempo, atrajo a Julia hacia , diciendo con acento de súplica: ¿Aún me guardas rencor?