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Y sin comunicarla á su protectora sale de la estancia, baja las escaleras de la casa, se detiene delante de la habitación de D. Félix y llama suavemente con la mano. Nadie responde. Vuelve á llamar más fuerte. ¿Quién es? pregunta con aspereza una voz. Soy yo, D. Félix... Si no le molestase... ¡Ah! ¿Eres , hija mía?... responde otra voz mucho más suave.

Pero por el momento se trataba de consolarla. ¿Cómo puedes ser tan tonta para atormentarte así misma? ¿Acaso su actitud no te dice noche y día que estás en un error? lo que replicó ella, suavemente, con esa resignación altiva que es el arma de los débiles. Y esto que te digo no data de hoy.

Eran las ocho de la mañana y el vapor que debia conducirnos á Cádiz, tocando en Gibraltar, se balanceaba suavemente hacia la salida de la pequeña ensenada de Málaga, lanzando por sus dos altas chimeneas rojas sus espesas columnas de humo, que la brisa desbarataba en ondulaciones caprichosas arrojándolas sobre los arbolajes y las vergas de los numerosas fragatas mercantes que estacionaban en el puerto.

La apretó tímidamente primero, después con más energía: al cabo la acarició con cariño, rozándola suavemente por encima. Maximina le dejaba hacer, sin soñar con retirarla, como si fuese una cosa muy natural.

Cuando el sol se le metió por los puntos de la pluma, levantó la cabeza, satisfecho de su tarea. Miró al cielo. Estaba alegre, sin nubes. El buen tiempo en Vetusta vale más por lo raro. El Magistral se frotó las manos suavemente. Estaba contento.

Unos ramos de madreselva se agitan suavemente sobre mi sombrero. ¡Qué bien me encuentro aquí! Me parece que soy mejor, y que me amo más á propio.

Los días para la Regenta se deslizaban suavemente. El Magistral, su maestro, y don Víctor, su discípulo, eran los compañeros de su vida al parecer sosa, monótona, pero por dentro llena de emociones. Seguía encontrando en la oración mental delicias inefables.

Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho.

Miss Florencia no movió un dedo siquiera. D. Carlos le tomó una mano y la llevó suavemente á los labios. Tampoco el aya hizo el menor movimiento. ¿No oyes, , no oyes? dijo entonces sacudiendo aquella mano. Soy yo. ¿Qué hay? repuso ella volviendo lentamente la cabeza.

Teresa volvió á mirarme fijamente. ¿Está V. contento? ¡Vaya! ¿Va V. á gusto conmigo? Mejor que con nadie en el mundo. ¿No le estorbo? Al contrario, siento un placer como usted no puede figurarse. ¿No tiene V. nada que hacer ahora? Absolutamente nada. Yo le contesté apretándole el brazo y tirándole suavemente por la mano para encajárselo bien en el mío.