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Durante largo rato no se oye sino el cuchicheo de los gimnastas; «Quince minutos de ejercicio diarios», etc. Entra Anco Marcio, enseñando una carta. MARCIO. ¡He aquí la dirección, señores sabinos! Hemos recibido la dirección de nuestras mujeres. ¡La dirección, señores, la dirección! VOCES AHOGADAS. ¡Escuchad, escuchad! Se ha recibido la dirección. ¡Silencio, señores, silencio!

Después pronunció secamente: ¡No! Miguel se turbó, y quedó desde entonces mal impresionado. Al poco rato se despidió de Lucía.

Por fin Clara se movió, pronunciando algunas voces mal articuladas. El joven pudo distinguir claramente: "¡Señora, por Dios!..." Después agitó una de sus manos como quien quiere retirar algo, y por fin abrió los ojos. Se apartó los cabellos que en desorden le cubrían la cara; tuvo un gran rato la mano ante los ojos, y la apartó después.

En aquel momento se levantó del canapé la madre de Petrov, envuelta en un chal negro. Su cabecita cana temblaba; su rostro era tan pulcro en su senilidad como si se lavase diez veces al día cada arruguita. Llevaba largo rato en el canapé, sin dormir, sumida en sus tristes pensamientos.

Y por aquí vino, por sus pasos contados, lo que estaba yo viendo venir rato hacía.

Siempre que la enfermera subía al piso alto, permanecía largo rato en aquel aposento, contemplando, al través de la vidriera policroma, el paisaje conocidísimo, y, sin embargo, extraordinario, que se veía desde allí.

Don Anselmo pasó a la habitación contigua, que era la de don Eleazar, y después de un rato regresó. Dice don Eleazar que puede pasar me dijo. Yo entré resueltamente. No olvidaré nunca el cuadro que se presentó a mi vista.

Al fin se nublaron de lágrimas, y exclamó: ¡Te creo, hija mía, te creo!... ¡Ah, no sabes el bien que me haces! Al mismo tiempo se apoderó de sus manos y las besó con efusión. Clementina dió un grito de vergüenza. ¡Oh, no, no, mamá!... yo soy quien debo.... Y le echó los brazos al cuello con ternura. Quedaron largo rato abrazadas, llorando silenciosamente.

Hace un rato ha bajado con las amigas al Caño Dorado... Allá está: desde aquí puede verla. Y mostraba a Isidro un grupo de vivos colorines que corría entre la arboleda del cerro de los Pinos. El joven descendió la cuesta. Más allá de las últimas casas de los traperos, contrastando con la sórdida miseria del barrio, comenzaba el bosquecillo del Caño Dorado.

Un ruido de pasos en el inmediato corredor le hizo volver al presente. Era un vecino que se retiraba. Nélida no tardaría en presentarse, y era ridículo que él la recibiese vistiendo aún el smoking de la comida. Luego de desnudarse se cubrió con un pijama, tomó un libro, y esperó leyendo y fumando. El interés de la lectura se apoderó de él al poco rato.