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Lionel Gould un nombre de teatro había sido estudiante; pero su afición á la vida intensa y á las novelas de aventuras le hicieron abandonar la casa de sus padres á los diez y siete años, yéndose á Texas para llevar la existencia ruda de los cow-boys que tantas veces había admirado en los libros. A los veintidós años, otro cambio de aficiones.

Su aspecto era el de una persona macilenta y débil, y se revelaba en todo su sér un abatimiento, que nunca se había notado en él en tanto grado, ni en sus paseos por la población, ni en ninguna otra oportunidad en que creyera que se le pudiese observar. Aquí, en la intensa soledad de la selva, era penosamente visible.

No estoy ciega respondió mi vieja Celestina, y su cara tomó una expresión de astucia tan intensa, que tomé el partido de reír sin pedir otra explicación. Estoy muy contrariada, y Celestina lo ve muy bien. Paso los días y las noches en las más serias reflexiones y no llego a decidir si quiero o no ver al señorito X...

Me parece que hemos acertado dijo el barbero. Una voz sonora y ardiente, voz de mujer en la que vibraba una intensa dulzura, rasgó el silencio. ¡Ah de la barca!... ¡Aquí, aquí! Aquella voz no revelaba temor, no temblaba de emoción. ¡No lo dije!... Exclamó el barbero. Ya tenemos lo que buscábamos. ¡Doña Leonor!... ¡Soy yo!

Había previsto lo difícil que me sería resistir a sus instancias, y he querido evitar esta debilidad anteponiéndome a ella. No me compadezcan ustedes, amigos míos: estoy contento, soy dichoso. »En efecto, a partir de este día la calma sucedió a las inquietudes que agitaban su alma. La serenidad apareció en su frente, la sonrisa en sus labios; su amistad parecía más intensa, más pura.

Cuando llegamos a la aldea en que vive Federico Bergams, el cochero me propuso que atravesáramos el bosque de Muraster para acortar el camino. Yo no acepté porque la obscuridad es intensa, y confieso que no me gusta andar por los caminos apartados, sobre todo de noche.

Julia, puestas las manos sobre las rodillas, inmóvil, con expresión de intensa curiosidad en el semblante, tenía sus grandes ojos taciturnos fijos en el desconocido. En pocos segundos me di cuenta de todo lo que he dicho. Luego pareciome que las luces se apagaban, mis piernas se doblaron y me desplomé sobre el banco. Un espantoso temblor agitaba mi cuerpo de la cabeza a los pies.

Magdalena, que aún seguía con los brazos cruzados, lanzó una intensa mirada a su padre y otra a Amaury. Antonia oraba en voz baja. Entonces comenzó una vela silenciosa y triste.

La primogénita de los señores de la casa, como de costumbre, no tomaba parte en el juego. Estaba sentada al lado de su madre totalmente abstraída de lo que la rodeaba, con los ojos fijos en el vacío. Por su rostro un poco marchito, pero siempre hermoso, se esparcía una intensa y singular palidez, y todo su cuerpo ofrecía señales de inquietud y zozobra.

Al cabo de un rato, María volviose hacia su novio, y posando en él una mirada intensa y ansiosa, le dijo con voz que temblaba: Ricardo, ¿me quieres mucho? ¿Cómo me preguntas eso?... ¿No lo sabes bien? , que me quieres, me has dado ya pruebas de ello..., pero en el amor, como todo lo que no pasa de este mundo, hay siempre más y menos. Sólo el amor divino es infinito.