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Jamás tenía armas al alcance de la mano, y por el miedo de arrojarse desde el balcón llegó a cerrar de noche el de su cuarto con candado, entregando la llave a su hermana, única testigo y confidente de estos desvaríos. Su temperamento y la educación afeminada que había tenido eran la causa de ellos.

-No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse.

El número cuatro representó en un día el máximum de la numeración de los polinesianos, hasta que el nombre de la mano se aplicó á significar cinco. LIMÁ. cinco.

Tengo la certeza de que en todas las literaturas antiguas fueron muchos los relatos sobre países de pigmeos y países de colosos. ¿Qué pueblo no contó historias de gnomos minúsculos, de vida misteriosa, y gigantes que para contemplar á uno de nuestra especie necesitan colocarlo sobre la palma de una mano?... Voltaire se inspiró en Swift para crear su Micromegas, y sería muy largo el relato de todos los novelistas y cuentistas que imitaron más ó menos directamente este género de fantasías.

El prócer conservaba el cigarro puro en la mano izquierda, al cual seguía dando con impasibilidad un poco teatral, largos chupetones. Empezaban a caer del cielo gruesas gotas, anunciando un fuerte chaparrón. Peña gritó al fin: Señores, preparados... Una, dos, tres... El Duque inclinó la pistola y apuntó. Gonzalo, apuntando también, avanzó pálido, con los ojos inyectados.

Este otro ni siquiera chista. ¿Qué decís vos á ello? Al pronunciar estas palabras posó su pesada mano sobre el hombro de Roger. Á vos nada tengo que deciros, respondió el doncel procurando contenerse. Vamos, este no es escudero, sino tierno pajecillo.

Miss Florencia no movió un dedo siquiera. D. Carlos le tomó una mano y la llevó suavemente á los labios. Tampoco el aya hizo el menor movimiento. ¿No oyes, , no oyes? dijo entonces sacudiendo aquella mano. Soy yo. ¿Qué hay? repuso ella volviendo lentamente la cabeza.

Vi sus hermosos ojos brillar con una expresión de orgullo y bravura que me conmovió hondamente. El alma vehemente, apasionada, de aquella mujer despertaba en la mía energía que no sospechaba existiesen. Le apreté la mano con fuerza. En aquel instante no temía a nadie en el mundo, incluso al Naranjero. Luego que me separé de la reja y entré en mi casa, ya fue otra cosa.

¡Ya estamos solos y tranquilos! ¡Qué placer tan grande! La generala le apartó suavemente, y dejó caer la cabeza sobre el pecho. ¿No estás contenta a mi lado, Lucía? preguntó, mientras le acariciaba con ternura una mano. No. ¿Por qué? Porque te tengo miedo: porque eres un loco... y yo otra loca añadió con amargura.

Flimnap acabó por depositarlo en una mano del gigante, acompañando esta ofrenda con una nueva mirada de ternura. Lo único que turbaba su dulce entusiasmo era ver que la cara del coloso se hacía más fea por momentos. Aquellas lanzas de hierro que iban surgiendo de los orificios epidérmicos tenían ya la longitud de la mitad de uno de sus brazos.