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Había tomado enérgicamente su partido y había trazado de antemano la senda de su vivir. Las frases burlonas de quedarse para tía o para vestir imágenes no hacían mella en su firme y acerado corazón, ni podían violentarla ni inclinarla a aceptar marido con el solo fin de no llegar a solterona.

Roger se estremeció, porque el acerado dardo pareció atravesar de parte á parte al fugitivo. Pero éste siguió corriendo. Dos varas te digo, bodoque, comentó el viejo ballestero, apuntando con tanta calma como si tirase al blanco. Partió silbando la mortífera saeta y se vió al negro dar de repente un enorme salto, abrir los brazos y caer de cara al suelo, donde quedó inmóvil.

La víctima lucha; interrumpe con un sarcasmo acerado; Gladstone, en señal de acceder a la interrupción, toma asiento rápidamente; pero, al ver caer el dardo a sus pies, como si hubiese sido arrojado por la mano cansada del viejo Priamo, lo toma a su vez, y, con el brazo de Aquiles, lo lanza contra aquel que deja clavado e inmóvil por muchas horas. ¡Oh! ¡la palabra!

Las tomaba, las levantaba, las desarmaba con una respuesta sin réplica: como hubiera hecho con una flecha hábilmente esquivada a la cual le quitaba el hierro acerado que podía herir.

Puede entonces el poeta calificarle de «indolente soldado que milita bajo las banderas de la muerte». Pero cuando lo que nace del seno del dolor es el anhelo varonil de la lucha para conquistar o recobrar el bien que él nos niega, entonces es un acerado acicate de la evolución, es el más poderoso impulso de la vida; no de otro modo que como el hastío, para Helvecio, llega a ser la mayor y más preciosa de todas las prerrogativas humanas, desde el momento en que, impidiendo enervarse nuestra sensibilidad en los adormecimientos del ocio, se convierte en el vigilante estímulo de la acción.

La vida de a caballo, la vida de peligros y emociones fuertes han acerado su espíritu y endurecido su corazón; tiene odio invencible, instintivo, contra las leyes que lo han perseguido, contra los jueces que lo han condenado, contra toda esa sociedad y esa organización de que se ha sustraído desde la infancia y que lo mira con prevención y menosprecio.

No me revolvía contra las adulaciones que, después de todo, no podían ya hacerme cambiar de opinión en ningún caso: las acogía como inocente expresión del juicio público en una época en que la abundancia de lo mediocre había tornado indulgente al gusto embotando el sentido acerado de las cosas superiores.

Más allá del andén, extrañamente silencioso ya, resplandecía el cielo claro, de acerado azul; se extendían monótonas las interminables campiñas; los rieles señalaban como arrugas en la árida faz de la tierra. Un gran silencio pesaba sobre la estación. Quedáronse inmóviles los acompañantes, como sobrecogidos por el aturdimiento de la ausencia.

Sobre las armas traía una sobrevista o casaca de una tela, al parecer, de oro finísimo, sembradas por ella muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos, que le hacían en grandísima manera galán y vistoso; volábanle sobre la celada grande cantidad de plumas verdes, amarillas y blancas; la lanza, que tenía arrimada a un árbol, era grandísima y gruesa, y de un hierro acerado de más de un palmo.

Vi su masa negra apartarse lentamente de la orilla, el ruido estridente de las cadenas, algunas voces lejanas. Luego su quilla rompió, silenciosa, el acerado espejo del río, y no tardé en perderle de vista a lo lejos, al penetrar en el espeso montón de sombras que los bosques de naranjos dejaban caer sobre el agua. Placíame, por las tardes, ir a aquel sitio a presenciar la puesta de sol.