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Tráeme el escudo, Elías, dijo Simón á un arquero. Cariacontecidos quedaron los ingleses y grande fué la risa de los de La Nuit y Brabante al ver que el sólido escudo sólo tenía el dardo del ballestero clavado profundamente y ni señales de la flecha de Simón. ¡Por vida de los tres reyes! exclamó el flamenco. Ni siquiera habéis dado en el blanco, seor inglés.

Pues ¿y el castillo de Monleón, en Picardía, que parecía un cerro y que batimos, tomamos y saqueamos los soldados de Sir Roberto Nolles, antes de que existiera la Guardia Blanca? De allí saqué yo unos arreos de caballo, de plata maciza, que me valieron cien ducados. ¿Sois vos el arquero Aluardo? le preguntó en aquel momento un ballestero que acababa de cruzar el patio del castillo.

No, esas flechas no; una de aquellas, tres plumas por banda y punta estrecha y larga. Esas son las que á me gustan, marrullero, dijo Simón. ¿Estáis pronto? preguntó el ballestero, poniendo cuidadosamente en su arma un grueso dardo.

Roger se estremeció, porque el acerado dardo pareció atravesar de parte á parte al fugitivo. Pero éste siguió corriendo. Dos varas te digo, bodoque, comentó el viejo ballestero, apuntando con tanta calma como si tirase al blanco. Partió silbando la mortífera saeta y se vió al negro dar de repente un enorme salto, abrir los brazos y caer de cara al suelo, donde quedó inmóvil.

Al acercarse divisaron todos un punto negro que se cernía á grande altura, y que muy pronto conocieron era un milano en seguimiento de su víctima. Aterrorizada la cigüeña llegó á unos cien pasos de los arqueros y el ave de rapiña empezó á trazar pequeños círculos, como si se preparase á caer sobre ella, cuando el ballestero, apuntando rápidamente, atravesó con su dardo á la pobre cigüeña.

Figuran entre éstos Felipe IV, Olivares, Juan Mateos, ballestero mayor del Rey, y el Infante Cardenal don Fernando, cuya presencia sirve para demostrar que el cuadro esta pintado antes de 1633, año en que este personaje marchó a Flandes de donde no volvió.

Es un soberbio busto con armadura y banda, estudio preliminar probablemente para obra de mayor importancia. Retrató también a Juan Mateos, ballestero principal de Su Majestad, autor del libro famoso Origen y dignidad de la Caza, impreso en Madrid en 1634.

La noticia de la prueba que se preparaba había cundido por el campo y numerosos espectadores de las diferentes compañías formaban extenso semicírculo detrás de los dos justadores. La mirada del ballestero se fijó de pronto en una cigüeña que trasponiendo lejana colina continuó su perezoso vuelo en dirección al campamento.

Simón Aluardo, para serviros. Pues mírame bien, camarada, y no tendré necesidad de nombrarme. ¡Mala bombarda me parta si no es esa la cáfila de Reno el arquero! Embrasse-moi, camarada; y ambos amigos se estrecharon como dos osos. , el arquero Reno, ahora ballestero al servicio del barón, y casi olvidado ya de disparar ballesta ó arco.

El aina rebozóse en la capa, e asomando el rostro como cauto ballestero por saetir, repasó la calle, ojeando la fenestra de suso nombrada, e trasflor de verdes vidrios de Venecia, atisbó la figura de la enjaulada, que ni punto más ni punto menos semejaba a don Satanás enfaldado, e faciendo gentil mesura, volvió el cantón de la vecina calle enderezando a su casa para atender la escura noche.