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Y soltando el brazo de don Víctor corrió, levantando un poco la falda de la matinée que vestía, hasta perderse en la obscuridad de la bóveda. Quintanar la siguió dando voces: Espera, espera... loca, que puedes tropezar.

En esto, oyeron voces, y conocieron que el que las daba era Sancho Panza, que, por no haberlos hallado en el lugar donde los dejó, los llamaba a voces.

Daban voces grandes, diciendo: ¡Demonios de hombres! ¿Dónde vais? ¿Venís desesperados? ¿Qué queréis, ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas? ¿No te dije yo, Sancho -dijo a esta sazón don Quijote-, que habíamos llegado donde he de mostrar a llega el valor de mi brazo?

Saludaron a la presidenta y arrojaron con garbo las capas de gala a los amigos, cambiándolas por las de uso. De todos los tendidos se oían voces saludando a los lidiadores: éstos cambiaban gritos y saludos con los espectadores, y sostenían conversación con ellos en alta voz. Hasta aquí todo marchaba perfectamente.

De la zona profunda, negra y dormida de la memoria, laguna Estigia de nuestra alma, en donde se han ido sumiendo los afectos y las imágenes de antaño, se levantan, de raro en raro, inesperadamente, viejas voces y viejos rostros familiares, a manera de espectros sin corporeidad.

Volviose a las tribunas y con el gesto desenfadado las despreció, y crecieron tumultos y voces, sobre todo en nuestro balcón, donde varios individuos de sombrero gacho y marsellés no podían convencerse de que estaban en lugar muy distinto de la plaza de toros. Dice que nos desprecia exclamó Presentación en voz muy baja . Se ha puesto rojo como un tomate.

Tiene razón Paca... Será que me voy haciendo viejoDe nuevo vagó por las calles á paso lento, bañando su frente en el frescor de la noche. Hacía ya tiempo que no se sintiera tan tranquilo y dueño de mismo. Antes de retirarse á casa quiso dar una vuelta por la tienda de Crisanto. Al llegar á las inmediaciones, en la calle de San Francisco, oyó voces desentonadas, ruido de disputa.

Mis parientes se dieron mucha prisa en enterrar a mi padre; a eso de las cinco de la tarde comencé a sentir el murmullo de voces y pasos de gentes que entraban.

No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: -Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos.

El viejo linajudo sale seguido del capellán. Después de un instante en torno del fuego, bajo la chimenea donde resuenan las risas del viento, comienzan a despertarse las voces de los mendigos, apagadas y llenas de misterio. ¡En una casa tan rica no haber pan en el horno!... ¡Vísteislo vosotros jamás de los jamases? ANDREÍ