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Lope describe la toma de hábito en una epístola a don Francisco Maldonado publicada en La Circe en 1624. Don Guillén de Castro dedicóle la Primera Parte de sus Comedias.

El diablo predicador, en dos manuscritos de la biblioteca del duque de Osuna, se atribuye á Francisco de Villegas; particularidad que, no siendo autógrafos estos manuscritos, nada prueba contra la opinión común de que fuera su autor Belmonte.

Y después de un momento de silencio, gritó con todas sus fuerzas: ¡Arriba todo el mundo, arriba, hermano mío! En nombre del superior de San Francisco, yo os orde...

Francisco Montiño, cocinero mayor del rey. Os aconsejo que no salgáis dijo el hostelero ; nadie se mueve de noche aunque oiga lo que oiga. ¡Abrid, vive Dios! exclamó Juan Montiño , ú os abro la cabeza. El hostelero abrió sin replicar. Los tres jóvenes se lanzaron en la calle. Un hombre estaba rodeado de otros cuatro. Otros dos hombres se llevaban un bulto.

Francisco Montiño podrá darme luz acerca de ciertas cosas que yo no comprendo... es necesario que yo utilice á este nombre... que le ayude... para todo esto debo estar muy sobre ... pues sobrepongámonos á todo. Después de este razonamiento consigo mismo, el semblante del bufón tomó su aspecto vulgar, su aspecto de todos los días, como podríamos decir. Pero no aconteció lo mismo á Montiño.

Si no hacen aquesto entrará en costa, Que Francisco llegó con grande pío, Y entrando en el navío no ha hallado Las barras, que en el agua se han echado.

Lo que cuento ocurría en la Primavera del 68, y el Jueves Santo de aquel año fue uno de los días en que más alborotaron. Don Francisco, santificador de las fiestas, asistió de gran etiqueta, con su cruz y todo, a la solemnidad religiosa en la capilla.

Tiene razón Paca... Será que me voy haciendo viejoDe nuevo vagó por las calles á paso lento, bañando su frente en el frescor de la noche. Hacía ya tiempo que no se sintiera tan tranquilo y dueño de mismo. Antes de retirarse á casa quiso dar una vuelta por la tienda de Crisanto. Al llegar á las inmediaciones, en la calle de San Francisco, oyó voces desentonadas, ruido de disputa.

Pues bien, en mi locura seré capaz de todo. Vos no me habéis de matar, y si me matáis, ya tendré medios para haceros entender que os conviene el que yo sea vuestra amiga. Indudablemente... indudablemente deben de haberte dado algún bebedizo. ¿Qué más bebedizo que el amor? Pero... prescindiendo de todo: ese amor debe humillarte. Lo que me humilla es que don Francisco no me ame.

De estos principios nacieron las grandes discordias entre curas y administradores, y que contribuyeron en gran parte a la ruina de los pueblos, como se queja don Francisco Bruno de Zavala en la representación que hizo a Su Majestad el año de 1774.