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No; no, señor; pero el incógnito había tenido una disputa con un palafranero á propósito de su viejo caballo, había querido zurrarle, sobrevinieron el señor conde de Olivares y el señor duque de Uceda, y el desconocido se descargó diciendo que era sobrino del cocinero mayor de su majestad.

»Te equivocas, Eduardo respondió uno de los convidados; ese jabalí ha sido muerto por mi mano. »¡No! Lo mató mi bala; yo lo he visto. »¡, cuando lo has tocado estaba ya muerto! »¡Mientes! »Su adversario quiso lanzarse sobre él, pero el duque de Arcos se levantó para separarlos, lo que consiguió después de algunos esfuerzos, logrando que la disputa no pasase de allí.

Este drama es excelente, así en la pintura de tiernos afectos, como en la de las pasiones violentas, y en muchas escenas se eleva á la mayor altura del trágico coturno. Iguales cualidades brillan en Reinar después de morir, sin disputa la producción dramática más notable que describe la muerte de Doña Inés de Castro.

Quando uno se calienta mucho en una disputa, de ordinario se arrebata, y su imaginacion tiene imágenes muy arraigadas de lo que intenta persuadir: de esto se sigue, que no atiende á lo que dice el contrario, y si oye algo, lo acomoda á lo que domina en su fantasía, porque esta no admite sino muy ligeramente las impresiones distintas de aquel objeto que la ocupa.

Crugen, se estiran los miembros, Se hinchan de sangre las venas, Y enronquecidos apenas Pueden el aire lanzar; Mas él firme en sus estribos Como animado centauro, Disputa á todos el lauro En combate desigual.

En lo más recio de la disputa acertó a entrar en la botica el señor don Paco, y antes de llegar a la trastienda tuvo el disgusto de oír y de comprender los horrores que allí se propalaban. Todos se callaron, porque cara a cara no querían ofenderle. La herida, con todo, estaba ya hecha. Se dio otro giro a la conversación. Se habló de cosas distintas.

Enrique aprovechó el calor de la disputa para comunicar a su primo por lo bajo algunos datos importantes acerca de la vida del Cigarrero. Ahí donde lo ves, Miguel, hace veinte años era el torero que se tiraba más por derecho en España. En Sevilla ha recibido muchas veces. ¿A quién? ¡Al toro, hombre! Muy señor mío.

Escribí a éste una larga carta; le pedí perdón casi por haber ido a buscar mujer en la casa de su enemigo hereditario; «pero agregué, confío que de esta manera la vieja disputa se arreglará por sola». La respuesta se hizo esperar mucho tiempo.

De todas suertes, Reyes tenía que contenerse para no abrazar al doctor; creía disparatadamente que el estar su mujer embarazada o no dependía de aquella discusión entre el médico y Emma; si Emma quedaba encima en la disputa, ¡adiós hijo!; si el médico decía la última palabra, parto seguro.

Así empezó la cólera de Aquiles, que es lo que cuenta la Ilíada, desde que se enojó en esa disputa, hasta que el corazón se le enfureció cuando los troyanos le mataron a su amigo Patroc quemándoles los barcos a los griegos y los tenía casi vencidos.