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Ciertos días, durante las horas de la siesta, escapando a la vigilancia de doña Guiomar, salíanse los dos en busca de algún sitio umbroso del monte. El niño aspiraba con fruición el humo rústico de las fogatas que ardían de ordinario en la vecina heredad; y el sol y el perfume tornábanle al pronto extremadamente sensible.

No era como doña Sol ninguna ilustre y orgullosa dama, ni siquiera, como donna Olimpia célebre daifa de alto precio; era una humilde muchacha, nacida y criada entre gente abyecta, sin patria y sin hogar; hija de una raza maldita y vagabunda, que no hacía muchos años se había difundido por toda Europa y al fin penetrado en España. Ignorábanse su origen y su procedencia.

Buenas noches, señores dijo éste acercándose al patíbulo. ¿Cómo sigue usted, doña Carolina?... ¿Qué tal, D. Pantaleón? ¿Y ustedes, niñas? Todos buenos, todos buenos, y todos sonrientes, acogiendo a D. Laureano con la misma alegría que a un bienhechor de la humanidad.

Todo se lo creyó Doña Paca, que rezaba algunos Padrenuestros para que Dios aumentase la piedad y las rentas del buen sacerdote, por quien Benina tenía algo que traer a casa.

¡Hay en el mundo otra mujer que os ama, que puede y debe confesar el amor que os tiene ante Dios y los hombres! ¡una mujer que por vos sufre, que por vos está enferma, que por vos muere! ¡una mujer que por vos se ha arrojado á las plantas del rey, y que no ha podido conseguir nada, ni aun saber el lugar donde estáis preso! ¡Vuestra esposa! ¡Doña Clara Soldevilla, que es vuestra vida!

A no ser que se haya muerto, lo que sería una lástima. Doña Sol seguía con interés este relato. ¡Una figura original el tal Plumitas! Se había equivocado al creerle un conejo. El bandido callaba, frunciendo las cejas, como si temiera haber dicho demasiado y quisiera evitar una nueva expansión de confianza.

Cuando nos retirábamos, entraron en la sala Inés y Asunción, conducidas por un fraile. Fray Pedro Advíncula, ¿qué es esto? dijo doña María . ¿Me explicará usted al fin el singular suceso de la desaparición de las niñas?

Desde ayer me devano los sesos tratando de averiguarlo; no es Doña Constanza doncella que oculte sus amores, si los tiene, y por consiguiente el galán debe sernos conocido. Pero ¿á quién ve y habla ella, además de sus padres, sus dos amigas y la servidumbre del castillo?

¡Oh! ¡! Y oíd... cuando vos os apartéis de vuestra esposa... ¡Apartarse...! exclamó con profunda energía doña Clara. Todos sus abuelos han servido al rey.

Un interesante estudio histórico publicado por don Félix Cipriano Zegarra en la Revista Peruana, en 1879, nos ha convencido de que la virreina que estuvo en Lima se llamó doña Francisca Henríquez de Ribera. CRÓNICA DE LA