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Actualizado: 20 de julio de 2025


¿Pues cuántos maridos tiene doña Clara? Uno: el sobrino del cocinero del rey, que es lo mismo que don Juan Téllez Girón. ¡Ah! ¡es cierto! me había olvidado. Pero estamos perdiendo el tiempo. Debemos concluir por el momento. Tenemos prendas recíprocas... es decir, estamos unidos por la necesidad. Sepamos cómo quedamos. ¿Pues cómo hemos de quedar? Unidos como hemos debido estarlo siempre.

Servíales de acompañante una hermana del tutor de Susana, llamada doña Gregoria, señora entrada en años, pero tan amiga de divertirse, que nunca ponía obstáculo ni entorpecimiento a cuanto las muchachas fraguaban para lucir y brillar.

Doña Antonia, mujer de D. José, y sus dos hijos, D. Francisco, de edad de catorce años, y doña Lucía, que tenía ya diez y ocho, acompañados de la chacha Ramoncica, recibieron con júbilo, con abrazos y otras mil muestras de cariño al Comendador, quien ya tenía por suya la casa solariega.

Paco estaba entre Edelmira y Visitación; la Regenta entre Ripamilán y don Álvaro; Obdulia entre el Magistral y Joaquín Orgaz, don Saturnino Bermúdez entre doña Petronila y el capellán de los Vegallana. Don Víctor tenía a su izquierda a don Robustiano Somoza, el rozagante médico de la nobleza, que comía con la servilleta sujeta al cuello con un gracioso nudo.

El Magistral se cogió a la pared y al hombro de su madre para tenerse en pie. En su despacho se sentó un momento. ¿Mandamos por un coche?... , es claro; ya debía estar hecho eso. A Benito, aquí en la esquina.... Entró Teresa. Esta carta para el señorito. Doña Paula la tomó, no conoció la letra del sobre. Fermín ; era la de Ana, desfigurada, obra de una mano temblorosa....

¿De manera, dijo con impaciencia doña Guiomar, dando con el breve pie sobre la estera, que vos no sabéis, ni aun sospecháis, quién sea el que su mucha mano ha interpuesto en favor del rapista, para con el Santo Oficio?

Ofreció una a Fortunata, que la tomó, y doña Casta se dispuso a obsequiar a sus amigos con vasos de agua. Ponía esta señora sus cinco sentidos en los botijos para enfriar el agua, y tenía a gala el que en ninguna parte la hubiese tan fresca y rica como en su casa.

¡Pues qué! ¿había yo de sacrificarme hasta el punto de deshonrarme ante mis propios ojos?... no... que el mundo me crea deshonrada, me importa poco: ya lo estoy bastante sólo con estar casada con el conde de Lemos; un marido que de tal modo calumnia, solo merece el desprecio. ¡Cómo se conoce, doña Catalina, que sólo tenéis veinticuatro años y que no habéis sufrido contrariedades!

Al verlas doña Juana, tembló, palideció. ¿Quién os ha dado esto? le dijo. Un hombre á quien no conozco, que me ha encargado de hacer devolución de ello á vuecencia. Pero su nombre... No le conozco, señora. Os haré prender. ¡Ah, señora! eso sería muy injusto.

En vano pensaba: ¿qué le importa a mi doña Ana que mi corpachón de cazador montañés viva como quiera cuando me aparto de ella?

Palabra del Dia

perpetuaría

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