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Y luego, exaltado, abriendo mucho sus ojos tristes, golpeándose la frente: ¡Ah, mi espíritu, mi espíritu!... ¡Mi vida perdida, mis energías muertas!... ¡Ah, el desconsuelo de sentirse inerte en medio de la vibración universal de las almas! Y se ha hecho un gran silencio. Y en el aire parece que había sollozos y lágrimas. Y han sonado lentas, una a una, las campanadas del Angelus.

¡Ah! ¿No la has entendido? Pues entonces hay que convenir en que estaba demasiado bien dorada la píldora. No necesitabas tanto. Será porque yo no entienda tanto de píldoras como . Elena se puso roja. Aquella alusión a su nacimiento la hirió en lo más vivo. Hizo un esfuerzo para reprimirse y dijo con calma: Nuestras relaciones, Gustavo, no pueden ni deben continuar.

Pero , Ramiro, me pagaste en buena moneda cristiana, faltando a tu juramento y entregando a la Inquisición a la infelice Gulinar y a Aixa, a Aixa la jarifa, a Aixa la santa, para que fuesen arrojadas a la hoguera, después de haberte curado y regalado con tanto amor como ellas te tenían! Las lágrimas brotaron de sus ojos, y con voz temblorosa, exclamó por fin: ¡Ah!

M. de Vignet, el amigo de mi hijo, ha estado aquí unos días, acaba de ser llamado a París por el embajador de Cerdeña, marqués de Alfieri, a quien Alfonso conoce muchísimo. Esto es buen augurio para el porvenir diplomático de este joven, quien empezaba ya a descorazonarse. ¡Ah! ¡cómo quisiera yo ver a mi hijo entrar pronto en una carrera tan digna de él!

Ocupábase don Víctor en abrochar un botón del cuello; mordía el labio inferior, y estiraba la cabeza hacia lo alto, como si pidiera ayuda a lo sobrenatural y divino. Visitación entró en el despacho equivocada.... ¡Ah! usted dispense dijo ¿estorbo? No, hija, no; llega usted a tiempo. Este pícaro botón....

Cuando madama de Récamier vio venir las canas y las arrugas, decía a una de sus amigas: ¡Ah! querida mía, ya no me hago ninguna ilusión; desde el día en que los pequeños deshollinadores no se volvían en la calle para mirarme, comprendí que todo había concluido.

Piense, pues, cuál será su alegría, cuando le vea volver moribundo, cubierto de heridas y seguido de la multitud que gritará: «¡Es él, es el vencedor del gitano! ¡es el valeroso Santiago!» ¡Ah! hijo mío; si mi cargo no me obligase a permanecer a bordo... ¡muerte de mi vida! no tendría usted esa misión. ¡No, por Santiago! yo se la habría disputado.

¿Y qué se me da? ¡Ah! pues si á vos no os da, á menos. Entremos. Se van á maravillar cuando vean en esa caverna un manto de terciopelo y una encomienda de Santiago. Nos echamos á rodar. Hace mucho tiempo que entrambos rodamos. Pues rodemos.

¡Ah! ¿Era de veras que se iba el señor?... La alegría del campesino fue tan grande y tan viva su sorpresa, que Jaime quedó indeciso. Le pareció ver en los ojillos del rústico, animados por el gozo de la noticia inesperada, cierta malicia. ¿Si creería aquel isleño que su repentino viaje era por huir de los enemigos?... Me voy dijo mirando a Pep con hostilidad , pero no cuándo.

Generalmente, cuando nos reunimos él es el primero en llegar. ¡Ah, ! dijo con animación Juana de Blandieres, tengo muchos deseos de verlo, a ese Huberto Martholl de quien ustedes hablan tanto! ¿Cómo no conoce usted al hermoso Martholl? Estamos aquí desde hace dos días solamente, y hoy es la primera vez que salimos.