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Ya no irá á despertarlos en su lecho La brisa matinal embalsamada, Ni oirán cantar en su pajizo techo El gallo anunciador de la alborada. Ya no recibirán junto á su hoguera De la esposa solícitos cuidados, Ni sus hijos despues de larga espera En sus rodillas se verán sentados.

Las ocho parejas, formadas como escuadron en columna, iban dando la vuelta á la hoguera, cogidos de una mano, hombre y mujer, sin sombrero, llevando cada cual dos velas encendidas en la otra mano, y siguiendo todos el compas con los piés, los brazos y todo el cuerpo, con movimientos de una voluptuosidad, de una lubricidad cínica cuya descripcion ni quiero ni debo hacer.

La Palabra de Dios tiene todos estos títulos, porque también tiene los mismos efectos para el alma, miren pues los príncipes del mundo, en qué opinión quieren ser tenidos haciéndola pasar por tan inicua condición. Casiodoro de Reina 1569 De la edición original de Casiodoro de Reina, solamente tenemos conocimiento de tres copias que sobrevivieron a la hoguera de la Inquisición.

Es preciso hacer la señal: una gran hoguera en el Falkenstein. Hullin estaba muy pálido; volvió a ponerse los zapatos. Dos minutos después, con la recia zamarra sobre los hombros y empuñando una estaca, abría suavemente la puerta y marchaba a largos pasos, junto a Marcos Divès, camino del Falkenstein.

Creo que hasta los muertos se levantaban para gritar «¡Viva el Emperador!», y cuando a la noche siguiente encendimos una gran hoguera en este mismo sitio donde ahora estamos, y vino él a situarse allí enfrente para recibir al Emperador de Austria, parecía un dios rodeado de aureola de fuego y teniendo al alcance de su mano los rayos con que destruía tronos y reyes, imperios y coronas.

Los síntomas son bascas, convulsión, delirio, frenesí; en su último período degenera en licantropía y misantropía, en cuyo estado el enfermo se siente con arranques de hacer una gran hoguera para quemar a medio linaje humano». Eso está bien dicho; pero algo frío, Bartolo. Duro, más duro en ellos. Veamos cómo te desenvuelves en la voz <i>Fraile</i>.

Interior de una cabaña; Azucena estará sentada cerca de una hoguera; Manrique a su lado de pie. MANRIQUE y AZUCENA AZUCENA, canta. Bramando está el pueblo indómito, de la hoguera en derredor; al ver ya cerca la víctima, gritos lanza de furor. Allí viene; el rostro pálido, sus miradas de terror, brillan de la llama trémula al siniestro resplandor. MANRIQUE. ¡Qué triste es esa canción!

La plaza quedaba en poder de la gente menuda, chiquillos desarrapados, que, tomando carrera, saltaban la hoguera con agilidad de monos, cayendo al lado opuesto envueltos en las chispas.

Aquel salmón que pescaba el colono del magnate a la luz de una hoguera portátil, era el mismo que ahora estaba sangrando, todo lonjas, esperando el momento de entregarse a la parrilla, sobre una mesa de pino, blanca y pulcra.

En la plaza, frente al cafetín donde Mistral pasa las veladas jugando su partida con su amigo Zidore, habían encendido una hermosa hoguera... Organizábase la farándula.