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En esta disposición, la idea de recobrar la posicion antigua; el deseo de ver el cielo de la patria y el techo del hogar, no ajeno á las almas más escépticas y depravadas, se iba haciendo sentir en la suya.

A la taberna, propiamente dicha, no muy grande, sigue un pasillo angosto, donde también hay mesa, con su banco pegado a la pared, y luego una estancia reducida y baja de techo a la cual se sube por dos escalones, con dos mesas largas a un lado y otro, sin más espacio entre ambas que el preciso para que entre y salga el chiquillo que sirve.

Dice un amigo mío, que por sus pecados ha tenido que vérselas con Bailón, que éste es el vivo retrato de la sibila de Cumas, pintada por Miguel Angel, con las demás señoras sibilas y los Profetas en el maravilloso techo de la Capilla Sixtina. Parece, en efecto, una vieja de raza titánica que lleva en su ceño todas las iras celestiales.

La memoria no debía de estar muy firme, porque cuando su amiga le dijo: «Sosiégate y acuérdate de lo de esta mañana» replicó: «¡Lo de esta mañana...!, ¿qué ha sido...?». Y mirando con extraviados ojos al techo, parecía entregarse al doloroso trabajo de recordar, cazando las ideas como si fueran moscas.

La secretaría de... No, amigo; es más. Yo, cuando encuentro una persona que me entra por el ojo derecho, y que sirve, digo copo, y la tomo para que me sirva a . Le juro a usted que me conviene, camará. Allá va la bomba. Va usted a ser gobernador de una provincia de tercera clase. Rubín no pudo decir nada. Creyó que se le caía encima el techo del despacho y todo el Ministerio de la Gobernación.

Este teatro superó en sumo grado á los corrales de la ciudad en la elegancia de sus dependencias y en la perfección de decoraciones y máquinas, guardándose en su construcción reglas tan distintas de las seguidas hasta entonces, que estaba cubierto por un techo y cerrado por todos lados.

En el techo pintado al fresco, veíanse las figuras de San Ignacio y los Padres más famosos de la Compañía, todos entre nubes, revoloteando camino del cielo.

Suspendidos del techo por cordones de seda y adosados a la pared veíanse algunos arneses de caballo, sillas de varias clases, comunes, bastardas y de jineta con sus estribos pendientes, frenos de diferentes épocas y también países, látigos, sudaderos de estambre fino bordados, espuelas de oro y plata; todo riquísimo y nuevo.

Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta.

Venció sus temores, y habló. Un amigo como el que ahora has deseado, dijo, con quien poder llorar sobre tu falta, lo tienes en , la cómplice de esa falta. Vaciló de nuevo, pero al fin pronunció con un gran esfuerzo estas palabras: en cuanto á un enemigo, largo tiempo lo has tenido, y has vivido con él, bajo un mismo techo.