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A principios de 1914, un nuevo sport había enloquecido á todas las gentes distinguidas de París y de las capitales de Europa y América que forman sus arrabales. El mundo decente movía las caderas bailando el tango. Y á la cabeza de esta humanidad «tangueante» figuraron Mauricio y Odette.

No pudo retener más tiempo aquel secreto que se le salía con empuje, y si no lo decía reventaba, , reventaba; porque aquel pensamiento era todo su amor, todo su espíritu, la expresión de todo lo nuevo y sublime que en él había, y no se puede encerrar cosa tan grande en la estrechez de la discreción.

Pero sin saber por qué, permanecía allí, como si este espectáculo tan nuevo para él pudiese más que su voluntad. Los amigos del valentón le daban broma al ver que después de las guindillas daba tientos al jarro, sin cuidarse de si su enemigo le imitaba. «No debía beber tanto: iba á perder, y le faltaría dinero para pagar.

Decíase que aquella montaña era tan alta, que el sol se ponía en su pico tres horas más tarde que en las llanuras de su falda, y que desde su altura se alcanzaban los mismos límites de la tierra. Los marinos que navegaban al pie de la gran montaña continuaron viendo en ella á un antiguo dios, hasta el día en que empezó otro ciclo de la historia con nuevo culto y nuevas divinidades.

No; estará allí como pupila mientras se resuelva otra cosa... Oigo regañar a la condesa; está descargando su cólera sobre los sirvientes. Voy a tratar de calmarla, ahora que ha consentido en todo. Así que sepa algo nuevo, vendré a decíroslo. Id a vuestro cuarto, Marta, y tratad de descansar de vuestras emociones. ¡Oh! ¡No me atrevo! ¿Por qué? ¿Qué teméis? A la condesa. Irá allí y me castigará.

Don Pedro oye de nuevo sus quejas, le promete satisfacerlas, y expresa al mismo tiempo su admiración de que Don Rodrigo no se haya vengado personalmente del raptor de su novia. Doña Leonor acude también al Rey, que le promete asimismo pronta justicia. Don Tello ha venido, mientras tanto, con numeroso séquito.

Detuviéronse aquí los Padres tres días esperando á los neófitos que habían despachado á reconocer el nuevo camino; de aquí prosiguieron su viaje, aunque bañados de sudor, siendo necesario abrir camino con hachas y picos por una espesísima selva, hasta que entraron en una campaña de bellísima vista, enfrente de la cual estaba la laguna Mamoré, á donde se encaminaban.

¿Para qué servirian? no lo ; pero es lícito conjeturar que absorbidas de nuevo en el piélago de la naturaleza no serian inútiles.

Pero, ¿y si amaba a otro?... Usted ha confesado que sospechaba su nuevo amor... ¿Por qué había de matarse si amaba a otro? ¿De quién podían venir los obstáculos e impedimentos para su nueva felicidad? De ella misma. ¿Qué quiere usted decir? Sus sentimientos sobre el deber, el respeto, la honradez eran elevadísimos. Si usted sospechaba que quería matarse, ¿cómo no le quitó esa arma?

El cuarto voto de obediencia al Papa, peculiar de la Compañía, había hecho indispensable para el Vaticano el apoyo del jesuitismo. Hasta podía afirmarse que el ejército monástico de Íñigo de Loyola había salvado al pontificado en el trance, terrible para él, de la revolución luterana. Era la antigua fábula del hombre y el caballo, puesta de nuevo en acción.