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El mayordomo y su esposa creían, por cierto, que el objeto de nuestra rápida visita había sido registrar los efectos del muerto, y con la curiosidad natural de los sirvientes, ambos estaban deseosos de saber si habíamos descubierto algo de interés, aunque no podían interrogarnos directamente.

Los amos ocupaban en invierno el principal y en verano el bajo: en el segundo estaba la administración, y en las buhardillas, los cocheros, pinches y lacayos, amén de dos o tres familias de sirvientes jubilados y gentes protegidas, entre ellas, Manuela, hija de un ayuda de cámara, hermana de una doncella y viuda de un mozo de comedor que había servido muchos años y murió, dejándola embarazada.

El cura montó a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón; se le fueron juntando los caporales y los sirvientes de las haciendas, que eran la caballería; los indios iban a pie, con palos y flechas, o con hondas y lanzas. Se le unió un regimiento y tomó un convoy de pólvora que iba para los españoles. Entró triunfante en Celaya, con músicas y vivas.

¡Mis lindos capones! gruñó Susana, que juzgó oportuno aparecer y unir su nota sombría a la nota chillona de su ama. ¡Ah, piel de Judas! gritó mi tía. Y se precipitó detrás de las sirvientes cerrando furiosa la puerta de un golpazo. Señor cura dije yo inmediatamente, ¿creéis que en el universo entero haya otra mujer tan abominable como mi tía?

Está loca, Marta; ¿acaso tenéis la culpa de que ese bribón de Federico haya tenido la idea de reaparecer de repente? Vamos, vamos, reíos de la injusticia de la condesa y volved a vuestro cuarto. No me atrevo dijo la viuda con verdadero miedo ; me haría echar a la calle por los sirvientes. Mathys la tomó la mano y la arrastró, diciendo con gran agitación: ¿Echaros a la calle?

Los sirvientes se hallan rebelados, y la pobre Noble, el ama de llaves, pasa, le aseguro, por momentos terribles. Carter y ocho sirvientes más le han notificado ayer que se retiran de la casa.

Cuando el Hombre Negro ve á alguno de sus propios sirvientes, que tiene la marca y el sello suyo, y que se muestra tan cauteloso en no querer que se sepan los lazos que á él le ligan, como sucede con el Reverendo Sr.

Poco antes de llegar a Villeta, nos detenemos en algo que debía ser casa de Piquillo, porque allí cambiamos de bestias... Me he olvidado de dos personajes importantes que nos seguían o pretendían seguirnos en nuestra marcha vertiginosa; nuestros sirvientes, montados como tales.

Si los bancos ó silletas estaban ocupados, nunca faltaba lugar para los que iban llegando; los cumplimientos y saludos llovian, todo el mundo se acomodaba como podia, y las familias fraternizaban en derredor de una mesa comun. Al aplicarse la granizada de besos, saludos y apretones de manos, todos los recien llegados llamaban á los sirvientes por medio de signos convencionales.

Los sirvientes parecen salidos de las aguas y no enjugados; las ruedas, que están contiguas, hacen un ruido infernal, que impide oír una palabra, la sed devoradora sólo puede aplacarse con el agua tibia o el vino más caliente aún... ¡Imposible!