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El agua para las ranas y el vino para los hombres... Va usted á beber uno de misa mayor que tengo reservado para los amigos que estimo de veras... Gracias, gracias; tengo mucha sed, y el vino no me la apaga. Está usted en un error, señorito... en un error muy grande. Para apagar la sed no hay nada mejor que el vino; está probado.

Pero lo que más hace resaltar el valor de su obra con acentuados relieves, es que toda ella, como él mismo, fue el producto del esfuerzo propio. Muchacho huérfano, conoció tempranamente el dolor de la vida, es decir, tuvo que ser prematuramente hombre; mas eso no apagará la sed de perfección de su espíritu, el ansia fervorosa de saber, ni amainará el temperamento brioso y decidido.

Parecía cantar en sus oídos la poética romanza de Heine, en la que describe cómo el caballero Tannhauser se arrancó de los brazos de Venus por sólo el gusto de conocer de nuevo del dolor humano. «¡Oh Venus, mi bella dama! Los vinos exquisitos y los tiernos besos tienen ahíto mi corazón. Siento sed de sufrimientos.

Estaba cansado; en todo el día no había comido más que el currusco de pan que le dio su tía al ir al trabajo. ¡Y había dado tantas vueltas a la rueda en el aposento obscuro del soguero!... ¡Y corrió tanto después para ir desde la calle de las Amazonas a su casa!... ¡Tenía un hambre tan atroz y una sed!...; sobre todo, una sed de padre y muy señor mío.

16 Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las Iglesias. YO SOY la raíz y el linaje de David, y la estrella resplandeciente y de la mañana. 17 Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiere, tome del agua de la vida gratuitamente.

Come lo que te basta; no sea que hastiado de ella, la vomites. 17 Detén tu pie de la casa de tu prójimo, no sea que hastiado de ti te aborrezca. 21 Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan; y si tuviere sed, dale de beber agua; 22 porque ascuas allegas sobre su cabeza, y el SE

¿Qué enorme catástrofe de alma te engendró aquella gran sed, monstruosa y suicida? Una sirena encantadora cantaba en el fondo del vaso y no querías oír sino su voz emponzoñada de trágica Loreley. Y allí te esperaba la Muerte, la marioneta descarnada, todo blancura y piruetas, como la Colombina de tus fiestas galantes.

El malestar de Octavio iba en aumento. Apuntábale ya el deseo de marcharse. Sintió al mismo tiempo sed, porque el salchichón hacía ampolla en la lengua. ¿Podrían traerme un vaso de agua, señor cura? No blasfeme usted, señorito... ¡Qué agua ni qué ocho cuartos!

Y entró en una camareta que allí estaba, y sacó un jarro desbocado y no muy nuevo y, desque hubo bebido, convidóme con él. Yo, por hacer del continente, dije: "Señor, no bebo vino." "Agua es, me respondió. Bien puedes beber." Entonces tomé el jarro y bebí; no mucho, porque de sed no era mi congoja.

Comenzó a creer que el metal, lo mismo que el telar, tenía conciencia de su poseedor, y por nada hubiera querido cambiar esas monedas, que se habían vuelto sus íntimas, por otras de efigies desconocidas. Las apilaba, las contaba, hasta que su forma y su color produjeran en él efecto agradable del aplacamiento de la sed.