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Sentado en un banco Agapo, el filósofo cínico, ha visto con mirada distraída el desfile de bolsistas; tiene sobre sus rodillas un periódico doblado en cuatro, a guisa de servilleta, y come tranquilamente una rueda de salchichón, un trozo de queso, pan y dos naranjas, de postre.

¡Por Santiago! ¡qué brincos! ¡qué mugidos! ¡bravo, toro! el picador rueda derribado; su valiente caballo tiene el flanco abierto; sus entrañas salen entre torrentes de sangre. Da algunos pasos... cae... y muere... ¡Bien, compadre de los cuernos agudos, bien! por eso oyes resonar los pataleos y los gritos de una alegría frenética. Yo le digo aún: ¡como hay Dios! ¡será una hermosa corrida!

Por mucho que las celebre Cervantes, y aunque esta parte del arte teatral, al representarse su Numancia, estuviese más adelantada, nada prueban sus afirmaciones, cuando, entre otras cosas, leemos en las notas escénicas de su tragedia, que ahora se rueda bajo el teatro, á uno y otro lado, un saco lleno de piedras, como si tronara.

No es ese placer moderado, decente, de alas doradas y azules, que se parece a una joven tímida y dulce; ese placer delicado que gusta de sacudir su cabeza fresca y rubia ante los mil espejos de un boudoir, o de desflorar con sus labios rosados una copa llena de un licor helado; ese sibarita, en fin, que no quiere a su alrededor más que flores, perfumes y pedrería, mujeres jóvenes y amables, música melodiosa y vinos exquisitos. ¡No, pardiez! se trata de ese otro placer robusto y bestial, de ojo de sátiro, de risa de demonio, que llena las tabernas y los bodegones, que bebe y se emborracha, muerde y desgarra, golpea y mata y después rueda y se retuerce entre los restos de una comida grosera, lanzando una carcajada que parece el aullido de un chacal.

Hay que partir; el carruaje espera a la puerta, y los buenos amigos que van a acompañarme hasta el confín de la sabana, están listos. Rueda el coche por las angostas calles, pasamos la plaza de San Victorino, y en las últimas casas de la ciudad me vuelvo para darle la mirada de adiós. Siempre he dejado un sitio con la seguridad de volver... ¡pero Bogotá!

Creemos avanzar porque nos movemos; creemos progresar porque vamos hacia adelante, y cuando la rueda da la vuelta completa, nos encontramos en el mismo sitio.

Más tarde se muestra también en los teatros, ya intercalado en los dramas, especialmente en entremeses y sainetes, ya independiente de ellos, y sólo á la conclusión de la comedia, como sucedía en tiempo de Lope de Rueda . En las fiestas con que se celebraba la Navidad, había de haber necesariamente autos y bailes, dos al menos, ateniéndonos al acuerdo del ayuntamiento de Carrión de los Condes de 1568 .

53 Mas una mujer dejó caer un pedazo de una rueda de molino sobre la cabeza de Abimelec, y le quebró los cascos. 54 Y luego él llamó a su escudero, y le dijo: Saca tu espada y mátame, para que no se diga de : Una mujer lo mató. Y su escudero le atravesó, y murió. 55 Y cuando los israelitas vieron muerto a Abimelec, se fueron cada uno a su casa.

Un comandante del ejército cuento al caso se hallaba una noche en su casa, y al ir a sacar su pañuelo, rueda sobre la alfombra un magnífico reloj de oro, con un monograma en la tapa. Lo recoge y se echa a cavilar sobre cómo había venido a su poder. ¡Y no daba en bola!

Un mar de cabezas agitábase ante aquellas plataformas que recordaban el teatro primitivo, lo mismo el tablado de Esquilo que la carreta de Lope de Rueda.